viernes, 27 de septiembre de 2024

Amleth, príncipe (menguado) de Islandia

The Northman (2022), tercera película de largometraje del director estadounidense Robert Eggers...

Cubahora en Exclusivo 07/06/2022
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The Northman-tercera película-Robert Eggers
The Northman también pudo haber fracasado por el sabor a spinoff, precisamente de la serie Vikingos, que no deja de trasuntar a lo largo de todo su metraje.

Por: Antonio Enrique González Rojas

Con The Northman (2022), tercera película de largometraje del director estadounidense Robert Eggers —La bruja (The Witch, 2015), El faro (The Lighthouse, 2019)—, parece haber llegado la «vencida», esa que el involucramiento con la industria puede significar para una voz de pretensiones autorales como la suya.

Con esta producción histórica y épica de noventa millones de dólares —mucho más que el presupuesto total de toda la obra previa del realizador—, Eggers practicó un arriesgado, casi mortal salto desde la orilla mínima pero segura de sus iniciales cintas de claustrofóbico horror psicológico y espesuras góticas hasta la playa del gran cine comercial, cuyas orillas están erizadas por bastiones lo suficientemente fortificados y armados como para destruir cualquier intento autoral por plantar bandera e invadir su territorio. Es esta una empresa miles de veces más peliaguda que la playa Omaha de Normandía. Más cuando el «invasor» está armado solo con sus ideas, talento y pretensiones creativas. Pero se sabe que esto no es suficiente para escalar las escarpadas laderas de Hollywood.

Sobre todo cuando «the greatest show on Earth» atraviesa un momento de adocenamiento conservador, pacato, de una frigidez y una hipocresía comparables con las épocas de la temperante Ley Seca y el timorato código Hays. Aunque ciertas honrillas se salven en los terrenos seriados de HBO y algunas otras cadenas que, con sus sistemas de representaciones y narrativas relativamente arriesgadas para el contexto, desafían la mediocridad rampante.

The Northman pudo haber sido para Eggers lo que Espartaco (Spartacus, 1960) fue para Stanley Kubrick, quien terminó filmando la mejor película de romanos de la historia. Pero Eggers aún no cabe en los zapatos de Kubrick, y parece sentirse extremadamente incómodo cuando sale de su zona de confort. Tanto, que a lo largo de todo su metraje este relato de venganza vikinga no deja de intentar con cierto evidente desespero (más que capricho) sumergir sus pies en las aguas del folk horror en que se enmarcan obras como La bruja.

Eggers atenaza la historia del príncipe destronado Amleth (Alexander Skarsgård) por su venoso y ancho cuello de berserk, y con manos temblorosas tira de esta hacia el territorio del terror, lo sobrenatural, la magia pagana y la religión politeísta nórdica del panteón de Odín. Hasta que colisionan enojosamente las esferas realista y fantástica como no sucede en La bruja y El faro, donde las orfebrerías lingüísticas, arquitectónicas, objetuales, de vestuario, no merman nunca las potencias de los respectivos discursos, sino que contribuyen como elementos de extrañeza, enrarecimiento, mediando provocativamente entre las perspectivas contemporáneas y sus otredades remotas e inaccesibles.

Este forcejeo, primero que todo, debe haber sido anidado en las numerosas discusiones con los productores, quienes según declaraciones del propio Eggers llegaron a obligarlo, una vez terminada la posproducción, a modificar los diálogos ya filmados; para lo cual hubo que apelar a los efectos digitales y entonces modificar los movimientos de los labios en las escenas señaladas, adaptándolos a los nuevos parlamentos. Tal sucedió tras los consabidos preestrenos con público, organizados por la industria del entretenimiento para prever el camino futuro de las películas en esa selva oscura, contradictoria y simultáneamente predecible e impredecible que se llama audiencia.

La encrucijada entre sus instintos fílmicos y los dictados de la industria en que Eggers se halló, repercute en la solidez de la propia historia desarrollada, que nunca alcanza las cumbres de espectacularidad, altisonancia y fasto de las películas épicas del Hollywood clásico. Menciónense, como somero ejemplo, Quo Vadis (Mervyn LeRoy, 1951), Helena de Troya (Robert Wise, 1956), Los vikingos (Richard Fleischer, 1958), Ben-Hur (William Wyler, 1959), El Cid (Anthony Mann, 1961), el propio Espartaco, la garrafal Cleopatra (Joseph L. Mankiewicz, 1963) y La caída del imperio romano (Anthony Mann, 1964). Para no mirar más allá del valle hollywoodense y hablar de «monstruosidades» épicas anteriores como Cabiria (Giovanni Pastrone, 1914) o Alexander Nevski (Serguéi Eisenstein, 1938).

Tampoco consigue The Northman sumergirse en las simas brutales desde las que lo observa escéptico, con su único ojo, el protagonista de la cinta danesa Valhalla Rising (Nicolas Winding Refn, 2009), interpretado por Mads Mikkelsen, y que también son alcanzadas por no pocos pasajes de una serie tan reciente como la muy popular Vikingos (Vikings, 2013-2020), creada para el History Channel por Michael Hirst.

Por más que el notablemente limitado Alexander —el más apuesto, pero a la vez menos talentoso de los tres hijos actores de Stellan Skarsgård— se desgarre la garganta y desencaje las mandíbulas con sus descontrolados alaridos de berserk del siglo X, no consigue construir personajes tan contundentemente perturbados y perturbadores como el tuerto de Mikkelsen y el Ragnar Lothbrok que encarnara Travis Fimmel para el referido seriado. 

The Northman emana un fuerte y desconcertante aliento de inconformidad, insuficiencia, de tartamudeo preciosista pero inconsistente, que la termina situando en una tierra de nadie, de la que quizás salgan conformes algunos críticos entusiastas del mainstream, que aún alcanzan a sorprenderse con estas variaciones leves de las formas y los tonos canónicos.

La taquilla no le fue propicia tampoco. Puede haber incordiado a los públicos masivos con sus artificios y las perversidades en que incurren los personajes, incluido su «héroe», tomado de textos daneses como la Gesta Danorum, del historiador Saxo Gramático; el anónimo Chronicon Lethrense, ambos escritos en el siglo XII, y la islandesa Saga de Ambales o Saga Amloda: Amleth o Amlethus o Amblothæ, que se presenta como el referente directo de La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca (1603), de Shakespeare; aunque el fantasma de lady Macbeth emerge de repente en medio de la historia, quizás en el único momento realmente sorpresivo y revelador de toda la película.

The Northman también pudo haber fracasado por el sabor a spinoff, precisamente de la serie Vikingos, que no deja de trasuntar a lo largo de todo su metraje. La minuciosa corrección histórica celebrada a Eggers y a su equipo de arqueólogos y antropólogos, que buscaron reconstruir la cotidianidad vikinga, fundamentalmente filmada en los impresionantes parajes de Islandia, no se desmarca de la otra meticulosa recreación histórica que los gestores de la serie consiguieron para los ochenta y tantos capítulos de la saga de Lodbrok y su descendencia. Pareciera incluso por momentos que Eggers reutiliza escenografías concebidas previamente para la producción del History Channel.

La fugaz presencia de Björk como una vidente y ciega bruja apenas permite dejarse seducir por sus hálitos sobrenaturales, y termina colocando (ya casi machaconamente) en primer plano las semejanzas con Vikingos, donde también aparece, y mucho más, un vidente (John Kavanagh)misterioso, inquietante y también ciego, que parece residir en el ambivalente límite entre Midgard y Asgard.

Y claro, repite un Skarsgård, que para nada supera al complejo e inefable Floki, interpretado por el hermano menor, Gustav, en Vikingos. Bill, el tercero, más joven y consagrado al cine de horror, iba a participar en The Northman —¿porque si la cosa era buena con un Skarsgård, entonces con dos tendría que ser inevitablemente mejor? Quizás—, pero se retiró por otros compromisos actorales.

Entonces, ¿hasta qué punto vale sacrificar en el altar del realismo escrupuloso y el respeto de los signos culturales, las elucubraciones y especulaciones creativas de un artista que representa, nunca calca? ¿Hasta qué punto vale llegar a una perfección de tablado museístico, si al final el clon no puede rebasar a su original, ya que es su mera naturaleza ser copia fiel? Vikingos sencillamente llegó primero que The Northman, y todo lo que venga atrás sonará demasiado conocido ya, si se busca remontar este sendero de la clonación historicista.

A lo mejor ya viene siendo demasiado necesaria la falseada pero mítica imagen de los vikingos con cascos cornudos, de gigantescas estaturas y embarcaciones sobredimensionadas. Quizás es tiempo de colocarse los anteojos de la leyenda y echar una ojeada a Los nibelungos (Die Nibelunguen, 1924), de Fritz Lang. El arte quizás no deba ceñirse a la excesiva fidelidad histórica que responde más al terreno didáctico, bien a distancia de la creación pura.

Alrededor del inconsistente Amleth, mal asignado a un actor como Alexander Skarsgård —puro y duro miscasting—, giran demonios habituales de Eggers como Anya Taylor-Joy, protagonista de su ópera prima, cuyas oscuridades como actriz son desaprovechadas aquí, a favor del reducido rol de doncella paridora Olga, y Willem Dafoe, coprotagonista de El faro, que brilla en su cameo como Heimir. Aparecen mucho más tímidamente Ralf Ineson (como el capitán Voldymyr) y Kate Dickie (como la criada Halldora, la picta, sin merecer siquiera un primer plano), también actores claves de La bruja.

La presencia de estos «sospechosos habituales» en The Northman pudiera tomarse como amagos resilientes de Eggers —fracasado en sus tozudos y estériles esfuerzos por reposicionar la historia desde el horror—, a la vez que sordos alaridos de auxilio, o asideros en medio del caos, para no olvidar quién es, y lo que pudiera seguir siendo si dialoga de otra manera con la industria. O se aleja definitivamente de sus corrientes más profundas, peligrosas y engañosas.

Ahora el director prepara una nueva versión de Nosferatu (F. W. Murnau, 1922), que se empeña en escurrírsele entre los dedos. Ya considera hasta que una maldición lo acecha. Ojalá tenga éxito en la concreción de este proyecto y retome el verdadero sendero fílmico para el que está destinado, lejos de las marquesinas más enceguecedoras.


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