La enseñanza de la historia en Cuba pasa por varias categorías que la transforman en tema espinoso. Recientemente hallé un meme en las redes sociales en el cual se caricaturizaban determinados tópicos referentes a ello. Como profesor de la asignatura que he sido, e incluso metodólogo en el pasado más reciente, doy fe plena de lo necesario de los conocimientos acerca de Cuba y el mundo en la consecución de visiones humanistas, coherentes, llenas de lógica. Incluso, aquellas carreras de perfil técnico requieren de esa mirada social, desde la cultura, que las llena de sentido.
Y es que la ciencia puede pecar de cosificadora, de congelar los fenómenos para que estos no expresen su verdadero ser. En la variopinta modalidad de la vida, nada es definitivo, sino que todo muta y encarna a su opuesto, a su otredad. La historia pudiera caracterizarse como la más antigua de las ciencias sociales, ya que desde Heródoto se conocen los legajos y los métodos de registrar el pasado, los juicios y las acciones de los grandes personajes que dejaron una marca. Pero sin dudas, para Cuba, país pequeño en medio de grandes potencias y con un recorrido breve como entidad cultural, es más que perentorio conocer y aplicar todo aquello que provenga de la sabiduría.
En nuestra memoria está cierto cortometraje humorístico en el cual se hace mofa de la enseñanza más chata de la historia, así como de los efectos que ello puede tener. En una escena, se debate si el barroco latinoamericano existe o no. La pelea termina a muerte. Por exagerada que parezca la metáfora, expresa muy bien las bases y la trascendencia de la historia. Una asignatura que sirve, entre otras cosas, para lidiar con conflictos del presente a partir del uso de la experiencia. En esa película, de nombre Utopía, todo termina siendo un despropósito y un juego mortal. La historia, al ausentarse, deja lugar al caos, siendo la maldad humana ese postro desbocado, esa muerte perenne.
Como metodólogo que fui, la enseñanza de esta asignatura en Cuba, al menos en las escuelas que atendía por entonces, carecía de determinados matices críticos. O sea, se apostaba por una educación bancaria, acumulativa, una que hace énfasis en la cantidad de hechos, fechas que se saben, en las personalidades, en las líneas de mensaje. Pero muy poco vi en la motivación y el juicio independiente, en la capacidad de conocer más allá. La Historia Universal padecía de una anemia en cuanto a la cantidad de veces que el estudiante trataba esos tópicos. Al punto que, luego en carreras universitarias, se suele notar el déficit de conocimiento en estudiantes que no saben quién fue Carlomagno o cosas más elementales aún en el aspecto cognoscitivo.
Siempre se habla de la juventud y su distanciamiento en torno a valores. Un fenómeno que no puede analizarse sin la historia. De hecho, los grandes imperios cayeron en desgracia cuando comenzaron a traicionar su espiritualidad, o importaron formas vacías de pensarse a sí mismos. Todo ha sido producto del legado de los mayores, de los ancestros. Y sin esa llama, nada podrá arder. Las entidades políticas construyen sus imaginarios y realidades a partir de un pasado común. Como hemos visto, las gestas épicas, los grandes poemas, nos hablan acerca de esa era perdida, gloriosa, ese eferente. Incluso Cuba tiene tal fundamento, en las obras literarias más representativas.
La distinción entre historia y mito queda dada por el estudio serio, científico, por la enseñanza consecuente. El estudiantado deberá tomar el conocimiento de una manera crítica y no banal, mucho menos como un somnífero. Y es que en ocasiones se usa la asignatura como un comodín ideológico, cuando más que de apoyatura debiera ser una brújula, una fuerza mayor, un motivo. La historia no da todas las respuestas, pero muestra los caminos, no enseña frontalmente lo que hay que hacer, pero no se puede actuar con independencia de sus legados y mandatos.
Uno de los pasajes mejores de la historia, de los más ilustrativos, es aquel que narra cómo Alejandro Magno guardaba debajo de su almohada un ejemplar de la Ilíada mientras invadía Asia Menor. El ser histórico iba de la mano con el mitológico, el general con el lector, el pensamiento con la credulidad. Porque nada acontece sin el pasado, no hay un camino exento de muchos caminos que ya antes transitaron otros. De eso va la vida que es, a fin de cuentas, la madre de cualquier proceso real.
La enseñanza de la historia en Cuba cuenta con claustros de excelencia. Durante décadas los profesores e investigadores nos dieron lo mejor. Hubo incluso programas de televisión de la talla de Escriba y Lea en los cuales el acervo popular tuvo su apoyatura y referente. Muchos vieron, en los doctores en Historia, a sus héroes del mundo profesional. Porque todo lo que se hace bien es así, con ética, con prestancia. Los tiempos son otros y todo va más de prisa, desde que Cuba accedió a las redes sociales. Ya nada se da por hecho, sino que más que nunca se está en una vorágine cambiante. Por segundos la verdad muta hasta no parecerse a ninguna idea antes descrita. En ese plano la historia también tiene referentes iniciáticos, fundamentales, que están en las bases de la cultura.
Jorge Luis Borges posee un libro de ensayos en el cual hace un recorrido por las modalidades del tiempo, Historia de la eternidad. Más allá de si se trata en efecto de un libro con un peso científico, la propuesta valida la idea de que el pasado lo abarca todo y nos define, nos alcanza. Aprenderlo nos salva y nos ilumina.
Juan Carlos Subiaut Suárez
28/7/21 8:59
Profesor:
El peor regalo a la desmemoria ha sido la sacralización de nuestros héroes. En demasiados textos, biografías, memorias, nos llegan como seres perfectos, más allá de lo humano, de lo material, sin defectos, ideales, inalcanzables. En consecuencia, no son asimilables para el alumno común, el ciudadano común, quien se sabe portador de virtudes, pero también de defectos, alguns conocidos, otros inconfesos. Solo recientemente y gracias a la labor de otros grandes como Eusebio Leal, nos han acercado a estos héroes, mostrandonos su materialidad, con sus luces y sombras, asimilables e incluso repetibles en la cotidianeidad del ciudadano común. Hay una frase muy definitoria, tomada de un audiovisual "...yo no fui un héroe, pero estuve allí..." que explica y nos baja de ese pedestal la heroicidad participativa. Pero que nos enseña además que la heroicidad se manifiesta en cualquier momento, puede ser individual o participativa, solo está en hacer lo que el momento exige, el grado en que lo logremos, en que asumimos y ejecutamos con éxito nuestra tarea actual.
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