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lunes, 25 de noviembre de 2024

De cómo no confundir a tu profesor con una inteligencia artificial

Y surge otra pregunta difícil: ¿Hasta qué punto el arte producido por una IA seguirá siendo arte? Definitivamente, no podemos responderla, pero interesa tu opinión sobre el debate así que déjanos saber los comentarios...

Mercedes Muñoz Fernández en Exclusivo 08/11/2022
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Por: Daniel E. Burgos y Fabio R. Castillo

¿Te has preguntado alguna vez si tu profe, el súper friki de las tecnologías, que sabe prácticamente todo de Star Wars y que, de vez en cuando, se queda congelado como si estuviera descargando una actualización de su software, es una Inteligencia Artificial (IA)? Si la respuesta es sí, bienvenido al club. Aquí te daremos un par de tips para que sepas cuándo te estás enfrentando a una IA.

PRIMERO, ¿QUÉ ES UNA IA?

Básicamente, una Inteligencia Artificial es un sistema informático que reproduce, e incluso trasciende, las labores de pensamiento del cerebro humano. Podría decirse que tienen su mismo margen de autonomía, individualidad y creatividad, pero sacando provecho a las ventajas del procesamiento veloz y masivo de datos, característico de las computadoras.

Aunque están basadas en algoritmos programados por el ser humano, es importante aclarar que van más allá de ellos. Lo que hace especial a una IA es su capacidad de recoger datos, aprender de estos y llevar a cabo acciones en función de ese aprendizaje.

Para explicarlo mejor, tomemos el ejemplo de la inteligencia artificial de la tienda online Amazon. ¿Cómo es posible que el sitio te sugiera justamente el artículo que estabas buscando o te ofrezca, en oferta, los insumos más atractivos para ti? Muy sencillo: la IA analiza los datos de las compras realizadas por millones de personas diariamente y los filtra por edades, compras similares, rango de precios, etc.

A partir de esta infinidad de variables y mediante complejísimas operaciones matemáticas, la máquina determina, con bastante exactitud, cuáles son los artículos que te interesaría comprar y te los muestra. Si no efectúas la compra, la IA almacena esa información y disminuye las recomendaciones de esa clase de artículos para el futuro. Pero, si lo adquieres, todos ganan: la IA ratifica que su mecanismo funciona y lo sigue aplicando, tú terminas con una figura de acción nueva de Daemon Targaryen y Amazon, por supuesto, obtiene considerables ganancias económicas. De forma similar funcionan otros algoritmos relacionados con Netflix.

Las IA están presentes en cada vez más esferas de nuestra vida; los videojuegos, la minería de datos, el llamado "internet de las cosas". Incluso ya se ponen en práctica en el arte; algo a destacar pues resulta muy curioso que en un ámbito como la producción artística tan ligada a los sentimientos y a la sensibilidad humana, las IA estén ganando terreno a muchísima velocidad.

Entre las más destacadas en ese ámbito se cuenta Dall-e: una herramienta gráfica que se ha convertido en el juguete favorito de muchos de nosotros al ser capaz de generar casi cualquier tipo de imagen con solo una pequeña descripción textual. En ella se pone la creación artística al alcance de prácticamente todos y, al mismo tiempo, atenta contra las oportunidades de trabajo de los artistas y diseñadores gráficos.

Así se abre una polémica interesante, sin dudas. Sobre todo porque no solo se limita a las ilustraciones; aunque no tan desarrollada, la creación de música por inteligencias artificiales también se encuentra en esta disyuntiva. Y surge otra pregunta difícil: ¿Hasta qué punto el arte producido por una IA seguirá siendo arte? Definitivamente, no podemos responderla, pero interesa tu opinión sobre el debate así que déjanos saber los comentarios.

VARIEDAD DE LAS IA Y DISTOPÍAS

Existen varios tipos de IA según su función; pero también se clasifican con respecto al alcance que tienen, en este caso son dos: la específica y la general. La específica es aquella en la que un sistema se dedica a ejecutar acciones para resolver un problema concreto, pero no sabe nada más allá de ese problema concreto.

El reconocimiento facial, tan presente en nuestros celulares y las conversaciones del sector de la seguridad, es un tipo de IA específica, pues se dedica únicamente a encontrar caras que coincidan con otras caras. La general es aquella que busca dotar a la máquina de una capacidad de razonamiento similar a la de un humano, como los asistentes virtuales o chatbots como se suelen clasificar.

Si le hacemos caso a las distopías de ciencia ficción como The Matrix (1999) o Terminator (1984), en su intento de parecerse a los humanos, son las inteligencias artificiales generales las que dominarán el mundo en un futuro no tan lejano. ¿Es necesario tener cuidado desde ahora? La pregunta queda abierta a la discusión en comentarios.

Imagen hecha por AI

Por si acaso, aquí te damos algunas herramientas para defenderte y vamos al quid de la cuestión (broma o explicación seria). El primer aspecto a tener en cuenta para determinar si tu profe de siempre es, en realidad, una IA radica en su capacidad de adaptación y la flexibilidad de las conexiones.

Al estar formadas por componentes específicos, las máquinas son poco plásticas —si se rompe el procesador, se rompió y el sistema inteligente deja de funcionar, una lástima—, en cambio, el cerebro humano se destaca por su plasticidad. Al verse dañada una función del cuerpo humano, éste se reacomoda y se ajusta a su nueva forma, de ahí que los ciegos desarrollen los agudos sentidos del tacto y del oído por los que se les conoce. Una máquina que fue privada de una de sus habilidades para recibir información solo deja de funcionar.

Otro factor que separa a las IA del intelecto humano es la terrible deficiencia que presenta el cerebro biológico para almacenar datos, incluso cuando el querido profe parezca recordar la coma mal usada en la página treinta y siete del tomo cuatro de su saga literaria favorita. Una máquina almacena la información en discos y servidores, es precisa y jamás varía al evocar los datos guardados. Un cerebro humano altera gradualmente los recuerdos que en él subsisten de acuerdo con el contexto, las emociones mediadoras y cuánto parámetro subjetivo —ergo, ajeno a las máquinas— pueda existir.

Curioso como pueda parecer, los seres humanos somos poco óptimos, y más aún a la hora de hablar. Cuando Facebook se vio obligado a desconectar sus chatbots especializados en hacer negocios fue precisamente porque, de tanto entrenarse, las IAs desarrollaron un lenguaje en extremo perfeccionado y puntual con el espacio para la interpretación reducido al mínimo. El resultado llegó a ser incomprensible por el uso de vocablos técnicos excesivamente rebuscados.

Si tu profe aún no ha cedido el lugar de la comunicación efectiva al de la cerrada a interpretaciones, lo más probable es que sea humano nacido y criado. Quizá la intuición haga la diferencia si todos los criterios anteriores fallaron y te estás enfrentando a un profesor un tanto excéntrico. Una máquina no piensa.

Imagen hecha con AI

De hecho, su funcionamiento es booleano, basado en valores falsos o positivos, por lo cual sería incapaz de enfrentarse (o, mejor dicho, de resolver) la paradoja del barbero: si en un pueblo hay un solo barbero y es quien afeita a todo el que no se afeite a sí mismo, ¿se afeitará ese barbero?

Mientras que un humano daría solución a ese problema de una forma o de otra —y vale responder "sí" o "no"—, una inteligencia artificial sería incapaz de brindar respuesta a la problemática. En su entrenamiento la IA aprendió que sí es sí y que no es no, no contempla ni siquiera la dinámica de que un sí condicione a un no y viceversa. Al final de la historia, las inteligencias artificiales son programadas y se comportan de manera completamente lógica.

Esto último, dicho sea de paso, también las hace susceptibles a las falacias lógicas; como cuando dices que un perro tiene cuatro patas y la IA te muestra una silla, una yegua, un lagarto y te dice que todos son perros. Y, en efecto, todos tienen cuatro patas. Haz la prueba con tus amistades o profesores frikis y comparte para generar más debate.


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Mercedes Muñoz Fernández

Sin dormir y aprendiendo. Busco ilusiones tras una pantalla o frente a un aula.


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