Recuerdo aquellos días nebulosos y difíciles de mi primer posparto. Recuerdo decir, “no me siento yo misma”, y no poder explicar bien en qué consistía aquel desasosiego. Miedo, cansancio extremo, aburrimiento, soledad… ser madre de un recién nacido es como apuntarse a un reality de supervivencia extrema.
Y así te sientes a veces, que todos miran, pero solo tú experimentas lo doloroso del proceso. Yo tenía la suerte de la casa de mi madre, la cercanía de mis familiares. Después volví a la ciudad donde resido, en plena pandemia, y el teléfono pasó a ser el único medio a través del cual hacer catarsis y compartir los logros.
Esa etapa de mi vida me unió más a esas amigas madres –algunas las conocía de antes, otras no– con las que aún comparto los momentos de decir “lloremos juntas”; porque, en efecto, mientras crecen la maternidad se vuelve un poquito más fácil, pero solo un poquito. Cada etapa trae sus retos y sus soledades.
Ahora mismo escribo esta columna luego de una semana encerrada en casa, porque suspendieron a mi hijo menor del círculo, debido a los temidos “mocos verdes”. Era una semana donde tenía múltiples compromisos y he debido lidiar con la frustración de no poder asumirlos y la pena de cancelar a varias personas. Teletrabajar y criar es agobiante.
Ya que estoy lejos de mis familiares, el único alivio es quejarme a través de Whatsapp, y seguir. He hecho mi tribu virtual tal y como la he necesitado, porque realmente maternar en soledad es difícil, por no decir imposible, si de una maternidad mentalmente sana estamos hablando.
Nuestros antepasados lo sabían bien. Cada mujer que daba a luz tenía una multitud de brazos para alimentarla; para sostener al bebé; siempre había alguna familiar o vecina a quien preguntarle, o encargarle la criatura un momento para hacer una gestión. Pero el mundo moderno se ha transformado mucho.
Sonia Hermida, periodista especializada en temas de educación y crianza, lo explica así: “Vivimos en una sociedad hiperconectada que nos ha dejado totalmente aislados, huérfanos de abrazos y apoyo moral. El descenso en el índice de natalidad y los nuevos hábitos laborales nos han restado referentes y conocimiento sobre la crianza y nos han alejado en muchos casos de nuestra familia.
“Cada vez estamos más huérfanos de referentes cercanos en la crianza y más lejos de nuestros seres queridos. Nos mudamos en busca de trabajo, o por demanda de nuestros jefes, o simplemente porque nos hemos enamorado de ese chico que conocimos en redes sociales hace tres años”.
Justo por eso han aparecido nuevas formas de afrontar la maternidad, como los grupos en redes sociales. Muchas veces, madres que ni siquiera se conocían de antes establecen estrechísimos lazos de contención y apoyo.
En esas plataformas se comparte información, se orienta y, lo más importante, se escucha; porque generalmente lo que una madre necesita es desahogarse, sin que le digan: “es normal”. “disfrútalos, que crecen enseguida”, o el clásico “para qué los tuviste entonces”.
Cada madre debe saber en quién apoyarse y dónde no se siente juzgada. La única opción que no funciona es quedarse callada y sola, naturalizando la angustia. Una red para no caer, eso es lo que necesitamos.
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