Fuera de casa mi hija y mi hijo se comportan como dos niños modelos. Me lo dicen las seños del círculo todo el tiempo. Pero en casa, conmigo, es otra cosa, son un torbellino, se encaraman y se tiran, se pelean, lloran, quieren que los cargue cuando estoy cocinando, me retan y se molestan si los reprendo.
Muchas veces he pensado si es que soy muy “floja”, si me paso de permisiva, si no estaré dejando de establecer límites necesarios. Y puede que haya algo de eso, porque disto mucho de la perfección materna, pero luego de leer las experiencias de otras madres y lo que dicen los expertos sobre el tema, llegué a la conclusión de que es normal y positivo que así pase.
Las niñas y los niños establecen figuras de apego, esas personas que identifican como sus cuidadores primarios, los que les proveen afecto y protección. Cuando no están con ellos, seres sociales al fin, propenden a reprimirse el enojo, la tristeza, la frustración, la euforia, porque no se sienten en confianza.
Pero cuando llega de nuevo su “persona favorita”, que muchas veces es mamá, se hallan lo suficientemente cómodos como para canalizar su cansancio, su estrés o la energía acumulada. Mamá abraza, besa, no juzga, está siempre. Mamá es su lugar seguro.
Que nuestros hijos se comporten con nosotras como malcriados puede ser señal de que los estamos criando bien; por eso es tan importante que como madres ejerzamos una escucha atenta y consciente de lo que nos cuentan nuestros peques, que renunciemos a la violencia y los castigos corporales, que pasemos tiempo de calidad con ellos y seamos amorosas y cálidas en nuestro trato.
Todos sabemos lo vital que es tener una persona con quienes podamos ser totalmente sinceros, a quien mostrarles nuestra fragilidad y nuestras vanidades, contarle nuestros problemas, pedirle consejo; tener ese apoyo nos hace sentir sostenidos en la vida, porque sabemos que le importamos mucho a alguien.
Para nuestros bebés e hijos pequeños, aunque aún no sepan racionalizarlo, ese ser somos nosotros, y lo sienten con todas sus células. Hemos dicho tantas veces: “A ver, te doy un besito y se te cura”, que olvidamos que no es una superchería doméstica, sino una realidad total. Quien haya experimentado la sensación de calmar a su hijo o hija entre los brazos, sabe que no miento.
Ser madre es, de cierta forma, volvernos un nido; y en ese proceso nos toca pertrecharnos de herramientas para ayudar a otro ser humano a crecer, a descubrir el mundo, siempre desde una combinación inteligente de rectitud y dulzura.
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