Que sí, que es insoportable. Un segundo están bien y al otro estrellan el juguete contra la pared, se tiran en el piso, mueven pies y manos como locos, y gritan con unos decibeles de espanto. No oyen razones e insisten en lo irracional: que les des un cuchillo de la cocina para jugar, que vuelvas a pegar lo que ellos mismo rompieron, que les pongas el pulóver sucio que acaba de ir al cesto…
Son los minutos más largos; si tienes la mala suerte de que haya gente ajena, quieres que la tierra se abra y te trague: hay que vivir la experiencia de ir por la calle con una niña en plena perreta, llorando, totalmente descolocada, para saber lo que son las miradas juzgadoras.
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Terminas por temer que se desencadene una de esas «crisis», sobre todo en horarios cruciales, como las mañanas antes de salir al trabajo, o mientras preparas la comida; y a veces te sientes desarmada para contenerlas sin errar.
Buscar información siempre es el primer paso para hacerlo mejor. Según la neuro psicopedagoga Natalia Calderón, las perretas, los berrinches, rabietas, o pataletas, son parte normal del desarrollo evolutivo del niño, aunque resulten tan agotadoras para madres, padres y cuidadores.
Pueden producirse desde el año y medio y hasta los cinco, si bien son más frecuentes entre los dos y cuatro años. Aunque varían en intensidad en dependencia de cada niño, es una “etapa necesaria y positiva”.
Su importancia radica en que expresan la lucha del pequeño por manejar la independencia y son la forma que encuentra un cerebro inmaduro para expresar frustración y malestar.
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Por lo general, están motivadas por la necesidad de llamar la atención, por desear algo inmediatamente, por celos, o por querer hacer o decir algo para lo que sus habilidades motoras, intelectuales o lingüísticas aún no alcanzan.
Según varios artículos especializados, las perretas tienen una duración variable; el promedio es de unos cinco minutos. Una señal preocupante sería que duraran más de 25 minutos continuos.
Los consejos esenciales para afrontarlas antes, durante y después, son:
- Establecer límites racionales y firmes: ni tan estrictos que el niño no se pueda mover, ni tan flexibles que no tenga seguridad. Debe saber qué se puede hacer y qué no; las reglas no pueden cambiar a diario.
- Respetar su autonomía, dejándolo tomar pequeñas decisiones: según sus habilidades pueden decidir y esa es una forma de hacerlos sentir en control e importantes.
- Reconocer qué desata las perretas y sortear esos momentos con alternativas, siempre y cuando estas últimas no impliquen reforzar malos comportamientos o ceder a caprichos.
- Adelantarles posibles frustraciones: “no podrás comer ese dulce ahora”, “está lloviendo y no podremos salir”.
- Dedicarle tiempo de calidad, sobre todo si está cansado o sobre excitado: en las mañanas levantarse con tiempo; hacer la comida más temprano si el hambre es lo que estimula esa conducta; abrazar, dar mimos…
- Ofrecer el ejemplo como madre, mantener una conducta equilibrada ante los problemas. Si, como es humanamente posible, te desbordas, pedir disculpas.
- Durante la perreta, ser firme y amable: no ceder en ningún caso ante las exigencias una vez que se haya dicho “no”; a más larga la rabieta, más debe ser la firmeza.
- Como adultos, mantener la calma y el control: no gritar, no zarandear, no pegar.
- Validar y acompañar: ponerle nombre a las emociones y repetir el mensaje simple y corto de la misma manera varias veces. Por ejemplo: “estás molesto, pero no puedes jugar con el cuchillo porque te harás daño”.
- Aceptar que tratar de convencerlo de que se calme no va a funcionar.
- Evitar la indiferencia: si bien no hay que hacer un drama de la perreta, ni exagerar la atención, tampoco se trata de dejarlos solos ni comportarse de forma fría o despectiva.
- No poner etiquetas: nada de “eres insoportable”, “eres un malcriado”, “eres un llorón”.
- Cuando se calme, hablarle sobre la perreta y por qué no se consigue nada así.
- Reforzar los comportamientos positivos con palabras afectuosas y gestos de cariño.
En suma, los especialistas nos invitan a abrazar esta etapa como todas las que pasamos los humanos en nuestro desarrollo y a no dejar que defina la relación que establecemos con hijos e hijas. A fin de cuentas, el amor debe primar siempre, incluso cuando una perreta infantil nos da ganas de hacer una nosotras.
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