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viernes, 22 de noviembre de 2024

Hijo

Una crónica para un hijo es siempre de todas las madres y para todos los hijos...

Yeilén Delgado Calvo
en Exclusivo 30/12/2023
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Silueta de una madre con su hijo
Tener un hijo varón es un camino seguro a la ternura y el desconcierto. (Ilustración tomada de Freepick)

Como la alborada, llegó al mundo exterior el primer día de un año. Mientras todos se debatían por salir de la peculiar modorra que deja la despedida de un 31 de diciembre, él se esforzaba por quedarse un poco más en ese universo líquido y caliente, donde a sus anchas jugaba y era, aun antes de ser.

Finalmente, cuando el suero de oxitocina lo convenció de que había cosas que ver más allá, nació, rápido y ágil, por un camino que ya había allanado su hermana.

Así, se convirtió en el segundo hijo, ese que no goza de la fascinación de la primera vez, que lo debe compartir casi todo, que ya llega con pautas y expectativas; pero, en compensación, es mirado con mucho más detenimiento y menos miedos.

Tener un segundo hijo es una aventura de nuevos aprendizajes, de amores que se complementan y ensanchan, de repartirse el corazón, que se hace elástico para que quepa en él todo y a nadie falte calidez.

Tener un hijo varón es, además, para una madre, un camino seguro a la ternura y el desconcierto. No es solo cuestión de anatomías diferentes, lo que ya de por sí supone desafíos, sino de otras formas de moverse, de reaccionar, de explorar la vida y buscarle significados.

Ser mujer y criar un hombre bueno, amarlo con tanta devoción y quererlo independiente, desear protegerlo de cualquier peligro y, a la vez, que desarrolle cada habilidad posible; son ambivalencias en la tarea de acompañar a un ser que sabes un día te doblará el tamaño y la fuerza.

Mi hijo, con su consistencia de esponja y su olor siempre dulce, cumple tres años. Mi hijo, saltimbanqui y kamikaze, el de ojos profundos y besos mojados, que me dice "mamiti", y con ello, todas las veces, me hace miel la vida.

Mi hijo, que cuando lo regañan se avergüenza y hace pucheros, el que no sabe guardar rencores ni reír de otro modo que no sea estremeciendo las estrellas.

Mi hijo, tan bebé y tan grande ya, efusivo en sus arranques de cariño, dueño de una sensible tosquedad, y de las expresiones más cómicas que se hayan visto alguna vez.

Mi hijo, en el que sorprendo mis rasgos y muchas de mis características, y en el que reconozco una originalidad insondable. Él, admirador y contendiente de su hermana, dependiendo del momento; pero siempre aliado suyo. Él, vital y apasionado, pedazo de mi alma.

Tal como fue su nacimiento, así es; sin apuro para nada pero con empuje para todo; a su paso llena las habitaciones de felicidad y, cuando no está, hay como un vacío de mil años: faltan sus palabras (todas con t) y su presencia luminosa.

Sublime regalo ser su madre, apretarlo contra el pecho y sentir que se ha hecho algo grande por la vida. Sublime hijo, siempre creador de inicios.


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Yeilén Delgado Calvo

Periodista, escritora, lectora. Madre de Amalia y Abel, convencida de que la crianza es un camino hermoso y áspero, todo a la vez.


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