No sé en qué momento específico se me ocurrió lo del mundo secreto. Lo seguro es que fue una noche en que Amalia y Abel no se querían dormir, estaban - como digo yo- eléctricos.
Entonces, tuve la idea de tirarnos por encima la colcha, que está llena de estrellitas, y les dije que habíamos entrado en el mundo secreto. Se quedaron encantados y tranquilos con toda la historia que les inventé sobre un planeta alternativo donde solo pasan cosas buenas.
En noches sucesivas seguimos explotando aquella puerta a lo imaginario, de tal manera que ahora son ellos mismos quienes lo piden y me meten debajo de la colcha.
Hasta una canción tenemos: En el mundo secreto viven mamá, Amalia y Abel / en el mundo secreto hay duendes y hadas por doquier/ en el mundo secreto nadie puede llorar/ en el mundo secreto todo es felicidad.
Es, en resumen, un mecanismo de sobrevivencia materna, pero uno que a ellos les encanta, y a mí también.
Cuando los recojo del círculo infantil también invento historias fantásticas para asegurar que se mantengan entretenidos por el camino: un día vengo de encontrarme con un elefante y otro casi me secuestra una bruja un poco tonta.
Desde que los tengo, recuerdo mucho la manera en que miraba el mundo de pequeña, lo hermosa que era esa visión dotada de una profundidad superior, y trato por todos los medios de incentivar y facilitar en ambos esa etapa.
La imaginación es conceptualizada como la capacidad propia del ser humano de proyectar situaciones, ideas o pensamientos que no encuentra en la realidad y puede construir en su mente, combinando elementos reales.
En la niñez resulta especialmente vital, sobre todo porque desde los dos hasta los siete años (aunque puede llegar hasta los 13) se desarrolla el pensamiento mágico, la combinación de realidad y fantasía sin límites; a través del cual no solo estimulan la creatividad, enfrentan los miedos y se explican su contexto, sino que también se preparan para la vida adulta.
Según la página Psicopedia.org, "un niño que desarrolla una buena imaginación será una persona que tendrá recursos personales para encontrar buenas soluciones a sus problemas; que además, sabrá ingeniárselas para crear alternativas de acción ante la consecución de objetivos; y que encontrará maneras sanas de relacionarse con el mundo y los demás".
Solemos pensar que la imaginación adulta es propia de los artistas, pero todos necesitamos imaginar, tanto en lo profesional como en lo personal.
Consejos para fomentar la imaginación infantil hay muchos en internet, entre ellos destacan asegurarles tiempo libre y fomentar el aburrimiento: a veces queremos prepararles una agenda llena de actividades positivas, pero la realidad es que ellos necesitan no tener nada que hacer para comenzar a imaginar.
Tampoco es bueno recargarlos de juguetes, son incluso mejores los objetos comunes: cajas, ollas, etc, a los que ellos puedan inventarles usos disímiles.
Es necesario, dicen los especialistas, transmitirles amor incondicional y participar de sus imaginaciones, que no se sientan juzgados por lo que han inventado; por eso no se debe interpretar sus juegos ni intentar cambiarlos.
Así como se debe limitar el uso del TV, el móvil o la tablet, hay que facilitarles otras actividades como los cuentos, el dibujo y la modelación con plastilina.
Ese ambiente de libre imaginación no solo es bueno para nuestra prole, a nosotras nos mejora el humor, nos permite revivir sensaciones de la infancia, nos facilita comunicarnos con los hijos, ponernos a su altura, criar de forma más divertida.
Ahora mismo, mientras termino estas líneas, le pregunto a Amalia qué hace dándole con un peine pequeño a un muñequito de plástico sobre una ficha de madera:
- Cocinando, mamá
- ¿Y qué cocinas?
- Perrito rico rico.
Ya se darán cuenta de que los alimentos poco nutritivos como las salchichas son populares por aquí, pero yo no me meto en su menú y cuando me da a probar le digo que, en efecto, está rico rico.
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