Un día sucede y te quedas de piedra. Con toda la furia de que es capaz su pequeñez te grita: "ya no te quiero", y a ti se te cae el alma a los pies.
Quizá ninguna otra frase nos duela tanto a madres y padres como esa, porque cuando somos capaces hasta de dar la vida por alguien más, no hace gracia que esa personita nos haga tamaño desplante.
Hay muchas formas de reaccionar: tristeza, enojo, recriminaciones... pero por lo general siempre tendemos a darle mayor importancia a ese suceso de la que realmente tiene, sobre todo la primera vez que nos pasa.
En realidad, no es algo grave ni exclusivo nuestro porque lo estemos haciendo mal; casi todos quienes crían han vivido o vivirán un episodio de este tipo.
La sicóloga infantil Sara Tarrés explica que sobre todo entre los dos y cuatro años, niñas y niños "no son capaces de gestionar adecuadamente sus emociones y cuando se enfadan pueden decirnos cosas de este tipo. Un‘mamá ya no te quiero’ es una versión más evolucionada de los berrinches. Ahora pueden expresar su rabia con palabras además que con sus llantos. Nosotros como adultos debemos mantener la calma y evitar darle demasiada importancia".
Los expertos coinciden en que la reacción no debe ir por ninguno de los extremos: ni total indiferencia, que les demuestre que sus sentimientos nos importan poco, ni ceder al capricho, porque volverán a utilizar la frase hiriente para conseguir lo que deseen.
Tampoco es bueno reírse, aunque nos haga gracia esa salida suya, porque aumentará la frustración que ya tengan. Y mucho menos, ponernos a su altura con un inmaduro "pues yo tampoco te quiero", porque los lastimaremos. De más está decir que los golpes son completamente desaconsejados.
Lo primero, sugieren, es respirar y calmarnos nosotros mismos y saber que sí nos quieren, eso no está en discusión. Luego hay que identificar la causa del enojo: cansancio, un deseo insatisfecho, extrañar a algún miembro de la familia, malestar... y ayudarlos a gestionar la emoción, siempre manteniendo contacto físico y visual.
Ayuda ponerse a su altura, darles un abrazo y verbalizar lo que sienten: "Entiendo que estés cansado", "Sé que estás molesta porque querías ir al parque"... y explicarles en un lenguaje sencillo por qué no es posible o cómo puede aliviarse lo que experimentan.
El verdadero reto es ser la calma cuando ellos son la tormenta, poner lo racional allí donde ellos no alcanzan.
Tarrés argumenta que "cuando los niños y niñas están realmente enfadados también necesitan un espacio y un tiempo para que toda la energía movilizada por la rabia se disipe y podamos hablar de nuevo con ellos y decirles que nosotros les seguimos queriendo como siempre".
Tal y como los adultos, niñas y niños pueden tener un día malo y el derecho de sentirse mal, solo que no conocen el verdadero significado y alcance de sus palabras para los otros.
Por eso, cuando ya estén calmados, hay que decirles que no nos gustó lo que nos dijeron, que nos hicieron sentir mal, y pedirles que no lo repitan.
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