Una vez, en un momento de agobio, se lo confesé a mi amiga: «Siento que todo lo hago a medias, no quedo bien en el trabajo ni con los niños».
La cuestión es que mi amiga, también profesional y madre, experimentaba exactamente lo mismo: «Estoy trabajando y pensando en que no se me puede hacer tarde para el círculo, siempre con la mente puesta en mi hijo; y cuando estoy con él, no logro desprenderme del móvil, el trabajo me persigue».
Similares diálogos he tenido con otras amigas cercanas; casi todas viven la vuelta al trabajo, luego de las licencias de maternidad, como una maratón cuesta arriba; y no porque les desagraden sus ocupaciones, sino porque sienten que deben repartirse en muchos roles, y no les alcanza el tiempo ni la energía. Y así vamos, haciendo lo que podemos.
Claro que el peso de esa «doble presencia», en el ámbito laboral y en el familiar, se sufre en menor o mayor medida de acuerdo con la red de apoyo, el nivel económico, la responsabilidad profesional, o las expectativas que tenemos de la maternidad y de la profesión.
Para nombrar la búsqueda del necesario equilibrio entre esos diferentes papeles se alude al término «conciliación». Todos, hombres y mujeres, con o sin hijos, debemos conciliar, pero no cabe duda de que las mujeres madres lo hacemos mucho más, y a veces los escollos para lograrlo son varios y fuertes.
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La conciliación no es solo un imperativo personal, sino, además y sobre todo, social. Un número considerable de mujeres decide abandonar su trabajo luego de la maternidad por no poder compaginar ambos roles, una fuerza productiva que se pierde.
Como madre de dos, tener un centro laboral donde han entendido mi necesidad de reajustar horarios y cargas de trabajo, y poder disfrutar del círculo infantil, han sido pilares para reincorporarme; pero no en todos los sitios se tiene la misma comprensión, ni las plazas en los círculos alcanzan para todas.
Los precios de las guarderías privadas y otras durezas de la vida cotidiana en un país bloqueado, sin dudas complejizan la cotidianidad de las madres trabajadoras cubanas.
Políticas y leyes implementadas en el país, como la demográfica, la referente a la protección de la maternidad de la trabajadora y el Código de las Familias, respaldan de modo determinante una conciliación exitosa.
No obstante, más se puede hacer, la fundación de casitas infantiles en los centros de trabajo, el cumplimiento cabal de horarios y días de labor en círculos y escuelas, la flexibilidad laboral con las madres, son ítems inestimables.
Asimismo, la familia debe unirse para repartir la carga mental (de la que hablamos en la anterior columna) y los hombres deben ejercer a plenitud sus paternidades.
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Solo así, entendiendo que la crianza es un trabajo más, uno de 24 horas, sumamente exigente, podrá transformarse ese mandato asfixiante de la sociedad que nos pide que trabajemos como si no fuésemos madres, y que seamos madres como si no trabajáramos.
El camino de la conciliación supone también autogestionarse, saber hasta dónde llegan las fuerzas, qué mecanismos disparan el estrés, establecer prioridades y límites. Disfrutar ambos roles permite la realización.
Ser mujeres plenas pasa por reconciliarnos con las renuncias de la maternidad, aceptar las ganancias, y lograr cada día que la vida sea un poquito menos lo que podemos, y más lo que queremos.
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