9:00 A.M. La seño del círculo comparte en el grupo de whatsapp una foto del trabajo en el huerto.
9:01 A.M. Alrededor de cinco madres comentan: “qué lindos”, y cinco más ponen stickers amorosos.
9:02 A.M. La madre X escribe: “¿Qué le pasa a mi hija que parece que estuvo llorando?
9:03 A.M. La madre Y pregunta: “¿Y por qué mi hijo es el único que no sale en la foto?”
En los próximos minutos la seño deberá explicar que la niña de la madre X quería otra regadera y no la que le dieron, y luego que el niño de la madre Y no es el único que no aparece en la foto: al huerto solo baja una parte del salón cada vez.
Mientras participo en una reunión, leo subrepticiamente los mensajes del grupo de WhatsApp del círculo, que se suceden a una velocidad apabullante, e intercalando temas. Tengo dos hijos, así que estoy en dos grupos, y soy incapaz de silenciar las notificaciones porque me preocupa no enterarme de algo importante.
Muchas veces siento pena por las seños que, movidas por la buena voluntad de compartir con las familias las actividades de sus pequeños, terminan casi siempre cuestionadas públicamente, y ofreciendo sinnúmero de explicaciones.
La tecnología está para ser usada con buenos fines, y los chats grupales de WhatsApp son una excelente manera de mantener las relaciones entre docentes y hogares: se ahorran reuniones sin motivo, la comunicación es instantánea, se pueden compartir fotos y videos, se desarrolla la empatía…
El problema está cuando olvidamos que en el ámbito digital también hay normas de cortesía y límites a la privacidad y a la actuación. Por ejemplo, si las educadoras tienen la deferencia de compartir fotos de su trabajo en el salón, agradezcámoslo en primera instancia; y si vemos algo que no nos gusta, usemos el chat privado para, con mucha amabilidad, trasladarles la preocupación.
Por otro lado, si la o el nuestro no aparece en la foto, ¡señoras, es que no estaba ahí en ese momento! Las madres y los padres –aunque a pocos de estos últimos se les vea en esos chats, por falta de iniciativa de ellos y también por poco interés de las seños en que estén, es preciso reconocerlo– tendemos a ser irracionales si de la prole se trata, pero debemos esforzarnos siempre en mantener la calma.
No hay necesidad, tampoco, de poner en el chat del grupo las justificaciones por las cuales la niña no asistió, la foto del grano que tiene el niño, o contar que comió jabón o le dio fiebre, para que luego surjan cientos de mensajes deseándole que se mejore.
Es mejor ventilar todos esos asuntos de forma bilateral con las seños o la directora del centro, que son las que deben saberlo. De lo contrario, estamos obligando a otras madres a seguir muchísimas notificaciones que no son de su interés, como lo hacemos también si compartimos sin medida stickers, memes, y cadenas que nada tienen que ver con el objetivo del grupo.
Cada grupo de Whatsapp tiene sus fines, no podemos pretender que todos sean redes de apoyo, espacio de desahogo familiar o de esparcimiento con los amigos. Lo que no hacemos en los chats del trabajo no deberíamos hacerlo tampoco en los de los círculos o escuelas.
No se trata de perder la ternura, la amabilidad y la solidaridad, sino de cuidar la imagen de los niños, la nuestra, la de las educadoras, y el tiempo ajeno.
Sin embargo, como nada es perfecto, toca seguir atenta al WhatsApp, enfurecerse con lo irracional, y a veces divertirse con ello; porque ¿quién no ha pecado pidiéndole a la seño una foto de su gordito mientras duerme la siesta en el catre?... que tire la primera piedra.
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