Parece que sale de la nada. De pronto, tu hija te aprieta los cachetes, te espanta un beso y te dice: "Mamiti, te quiero mucho". De pronto, tu hijo recién despertado te abraza muy fuerte y sonríe pegado a ti; "te amo", le susurras, "tamo, mamá", te contesta.
Y esos instantes son de las grandes gratificaciones de la maternidad, porque te sientes ligera y a la vez llena de una sustancia dulce y cálida. Entonces eres invencible, entonces ya no estás cansada. Amas y te aman. Tu amor incondicional es correspondido, nunca será de la dimensión del tuyo, pero existe y eso es esencial para saber que se hace algo bien en el demandante trabajo de criar.
Sin embargo, esas muestras de amor no vienen de la nada. A amar también se aprende, y nuestros hijos lo hacen en primera instancia de sus madres y padres. Y no solo eso, necesitan de esas expresiones de cariño nuestras para crecer sanos emocionalmente, para sentirse seguros y protegidos.
De ahí que sea tan importante una crianza respetuosa y sin maltratos, que no quiere decir permisiva. Claro que si tu hijo ha botado la comida al piso en plena rabieta no vamos acto seguido a llenarlo de mimos, pero reprenderlo no quiere decir pegarle ni ofenderlo, y mucho menos negarle afecto o ignorarlo.
Si lloran y piden abrazo es porque lo necesitan, no porque nos manipulen. Ser firme no implica ser cruel ni distante.
Ninguna maternidad es idílica. Todas hemos tenido momentos de desbordarnos y cruzar líneas que dijimos no cruzar, todas hemos vivido momentos de enojo, tristeza y agotamiento extremo; pero un momento de mal humor no vale contra un trato constante basado en la ternura y el diálogo.
Prefiero que mis hijos me conozcan como un ser humano con un amplio espectro de emociones, que cuando yerra es capaz de reconocerlo y pedir perdón; antes que parecerles una autoridad monolítica e incuestionable. ¿Cómo aprenderían si no que las personas somos vulnerables?
Hay que tener mucho cuidado de ser indiferentes con hijas e hijos, escudados en las exigencias de la economía, en el trabajo profesional y doméstico, en frustraciones, etc., es decir, en el mundo adulto.
No basta con que en nuestro fuero interno sepamos que los amamos, que por ellos damos la vida si fuera necesario; esos sentimientos hay que expresarlos, con besos, abrazos, caricias, palabras y actos.
Sembrando amor se cosecha amor.
Sigo la máxima de no dejar pasar un día junto a mis hijos sin decirle que los amo, sin abrazarlos y besarlos. Lo hago por mi y por ellos. Con amor se cría mejor y se vive mejor.
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