Hay muchas cosas que cambian cuando nos convertimos en madres. Aunque creamos que al asumir una maternidad deseada sabemos todos los cambios que vendrán, la verdad es que la mayoría nos toma de sorpresa, entre ellos que por varios años irse de vacaciones no será ni remotamente lo mismo.
Precisamente ahora, escribo las líneas de esta columna con un ojo en el teclado y el otro repartiéndose entre mis dos hijos que revolotean alrededor del resto de la familia. Estamos de vacaciones, y claro que
ando relajada, pero siempre con la alerta encendida de mantener a mis hijos sanos y salvos.
La primera vez que me fui de descanso después de convertirme en madre, lo que me agobió fue la enorme cantidad de cosas que debía llevar conmigo: ropita, pañales, leche, termómetro, medicamentos, calentador...
Además, por mucho que la familia comparta el cuidado de los hijos, siempre está la carga mental, la responsabilidad, que evita “desenchufarse”.
Esta vez, con dos niños que no son propiamente bebés pero sí pequeños, el equipaje ha disminuido un tanto, pero no mucho; y otros retos vienen a entronizarse.
Lo primero, y más presente, es el peligro. Elementos que antes no nos llamaban la atención en un hotel ahora nos pueden llenar de pavor: la altura de las escaleras, el ancho de las barandas, la piscina, los
desniveles...
No hay relajación total porque temes que se caigan, se extravíen, los pique un bicho, o cualquier otra catástrofe.
Intentar comer en un restaurante llevando a tus niños es un desafío a las normas de comportamiento y a la paciencia adulta: pueden lanzar cubiertos, cubrirse de sopa, llorar o intentar escaparse.
A eso se suman los enredos cotidianos: que se hagan pipi o caca accidentalmente, que se peleen entre ellos, que no quieran bañarse o dormir.
Por supuesto, imagino que según vayan creciendo serán otras las complejidades. Entiendo cada vez más esa aseveración de que ser madre es un trabajo de 24 horas, sin vacaciones, y para toda la vida.
No obstante, una madre que vacaciona tiene también muchas alegrías: la primera y más grande de todas es ver a tus hijos cuando descubren lugares nuevos, juegan, disfrutan la playa, ríen, cantan; son, en resumen, felices.
Crear recuerdos como los que una vez disfrutamos nosotros no tiene precio. Pensar que ellos ven con los mismos ojos imaginativos y engrandecedores que una vez tuvimos llena de emoción.
Los niños hacen todo más divertido, más genuino. Logran proezas como reunir a toda la familia alrededor de un mini zoológico, o hacerla escarbar con un palito en una finca que de pronto se convierte en un bosque. Gracias a ellos, la cortina tras la cual se esconde una bolera en desuso puede ser la puerta a Narnia.
Si es cuestión de ofrecer tips para vacacionar con hijos, los resumiría en:
✓No sobredimensionar el equipaje: nunca usan tanta ropa como suponemos; pero jamás dejar el botiquín.
✓Asumir que no serán las mismas vacaciones de antes: habrá limitaciones y lo mejor es diseñar actividades en las que puedas insertar a los niños sin grandes problemas.
✓Jamás dejarlos sin vigilancia, beber en exceso o ponerlos al cuidado de un niño mayor; son decisiones que algunas personas han pagado caro.
✓Tomar muchas fotos, hacer videos, preservar la memoria del viaje para el futuro.
El centro de la cuestión está en que ser madre no quiere decir que ya no te divertirás ni descansarás, sino que las maneras de hacerlo deberán transformarse para asegurar el bienestar de los seres bajo tu cuidado;
porque aun cuando alguna vez no estén contigo en esos días, siempre estarás al pendiente de ellos, dispuesta a correr si lo necesitan.
Disfrutar a los hijos es aprender a conciliar sumas y restas, y a ver la belleza del desafío en pos de la siembra; eso vale siempre, también en tiempos de vacaciones.
Julio Enrique
7/1/23 15:11
Excelente artículo. Está escrito según su experiencia, como es lógico. A mí, al leerlo, me vino a la mente desde mi visión de padre, incñuir en ese "viaje" a la figura paterna. Saludos
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