“Figúrate, ahora soy viuda después de divorciada… ¡y sin derecho a nada! La última mujer que tuvo se quedó con todo… Pero ¿qué iba a hacer? Era el padre de mis hijos y lo hice por ellos”, se lamentaba hace poco una oyente del programa Oasis de Domingo, de Radio Taíno, a quien advertí hace algún tiempo de esa posibilidad y sugerí medidas para acotar la situación a tiempo.
Todo empezó con un programa en el que hablé de las relaciones tóxicas con los ex, incluso a la vuelta de muchos años, y ella me llamó para contarme que el padre de sus dos varones (ya hombres y con hijos propios) había enfermado de cáncer y necesitaba quien lo cuidara hasta el final de sus días.
La nueva esposa legal decía que no tenía “estómago” para eso, y los hijos y nueras estaban ocupadísimos los cuatro, así que se viraron para la primera mujer, a quien dejó por la otra después de muchos años de infidelidades con media docena de jovencitas, noches de desvelo por su inexplicable ausencia, mañanas de curar resacas y soportar agresiones, meses de no saber cómo llegar a fin de mes con la comida de la casa, aunque el susodicho gastaba a manos llenas… Si él nunca la valoró, ¿debía ahora sacrificarse hasta cerrarle los ojos?
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“Hazlo por nosotros, serán pocas semanas”, pidieron sus hijos, y ella aceptó recogerlo de nuevo en casa, pasar noches y días de hospital, casi perder su trabajo y tirar sus ahorros de los 23 años de divorciada para hacerle más confortable la despedida, que en realidad demoró 21 meses.
Cuando todo acabó, la “viuda” legal se apareció de vedette para acaparar las condolencias en la funeraria, y a la semana tenía la casa a su nombre. La moto y los equipos de valor se los repartieron los hijos, que vendieron todo para cumplir sus propias metas, dentro y fuera del país, y hasta el anillo de oro del difunto reclamaron, aunque lo había comprado la familia de mi oyente cuando se casaron, 48 años atrás.
¡Mira que le advertí que se plantara en notaría y pactara con sus hijos una manutención por el tiempo de cuidados, y que apartara de los bienes los que para ella tenían un valor sentimental, pero tuvo que dejar atrás cuando salió con sus pequeños, huyendo de la brutalidad y el descaro de aquel hombre, unos cinco lustros atrás!
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Pero no: eso le parecía bajo, mezquino… Cuidarlo sería un acto de caridad, no un trabajo remunerado, y sus hijos de seguro tendrían en cuenta después su devoción, y la cuidarían cuando llegara su momento, claro está…
Le hablé entonces de las muchísimas mujeres en su caso que conocía, por oficio y por cercanía a ellas, y como sufrían el desgaste inevitable del cuidado, el duelo del deterioro de ese ser que un día amaron en plena lozanía, y hasta el vacío posterior, porque la viudez no es sólo un estado civil, sino una condición del alma.
Oídos sordos. Corazón atribulado. Siglos de sumisión aprendida corriendo por las venas de todas ellas. El Código de las Familias es flexible para proteger a esas mujeres, incluso del egoísmo y la desconsideración de sus propios hijos, pero les parece feo llevar ante la ley a quienes abusaron de la bondad de ellas: les daba vergüenza reclamar protección legal y económica, que también la llevaban.
Sólo una amiga me hizo caso y logró a tiempo sacar de la ecuación a la esposa de papeles (que le dio la espalda al marido gruñón, sordo e hipertenso) y recuperar la pensión de él para ayudar en los gastos de su salud y alimentación.
También pactó con su hija el mantenimiento de ambos durante ese tiempo, y un sistema de acompañamiento de toda la familia para ella descansar y ocuparse de sí misma algunas horas a la semana.
No conocía entonces el grupo de Cuidadores del proyecto Palomas, pero ahora no dejo de recomendarlo a quienes están en ese rol, ya sea con sus familiares, como empleo o con estos “pegados” que algunos llaman karma y otros, abuso cultural y filial.
Si estás en cualquiera de esos casos, o conoces a alguien así que busca un rayo de sol en meses de nubarrones, escríbeme por whatsap al 52164148 y te paso el enlace de una de las organizadoras del grupo.
Con ellos al alcance de un click la vida se hace más leve y se puede aprender los secretos de este oficio, pero también reír, “viajar” a lugares interesantes, cantar y mantener un delicioso baile de neuronas.
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