Desde la semana pasada estoy rumiando esta crónica, indecisa entre dejar el tema por acá, con énfasis en la arista sexosa del asunto, o soltarlo con polémica seriedad en la página de opinión de JR, donde a veces también desgrano criterios. Al final decidí multiplicar, en lugar de elegir, porque acá me atreveré a ventilar cosas que por allá necesitaría demasiadas líneas para no colocarlas fuera de lugar.
Un mínimo antecedente: Jorge tiene tres tías de 80, 85 y 87 años (dos de ellas solteronas sin “estrenar”), además de su mamá de 83, y sólo una prima de 60 con serios problemas de salud. Las viejas son dignos ejemplares de esa estirpe de mujeres que se fabricaron en los 40 con motor V8, carrocería de tanque y CPU de la NASA (mi mamá es igual, así que sumen).
Convencer a las cinco de que se cuiden es un gran desafío. De hecho, no entienden que cuando alguna tiene problemas médicos el cuadro se cierra y el huracán familiar desestructura la vida de todos con efecto dominó.
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El mes pasado la de 85 se hizo una ñañarita en un pie, minimizó el asunto, se negó a recibir asistencia a tiempo y terminó con una amputación por encima de la rodilla y siete jornadas de ingreso, con todo lo que eso implica.
Como pensamos que a la señora la internarían en una sala de mujeres, decidimos que viajaría yo para asistirla, no Jorge, y resulta que por alguna decisión administrativa inexplicable las salas y baños son mixtos, al menos en Angiología del llamado hospital nuevo (además de otros relajamientos impensables en el sistema de salud cubano un lustro atrás).
Ahí empezó un viacrucis que a pesar del contexto decidimos superar con humor… sobre todo ella, mientras yo documentaba el proceso para asustar a las demás, porque a esa generación no la mata nada, excepto la falta de pudor. O eso creía yo.
Al tercer día, luego de la automática confianza solidaria que generan esas circunstancias entre pacientes y dolientes (el lado bueno del cubaneo), eran habituales los bonches acerca de la inevitable exposición del “motor cero kilómetro” de la tía y las “gomas ponchadas” de otro paciente, a quien también era preciso higienizar en la cama.
Tal vez por verse cara a cara con la Parca, o por el efecto de los analgésicos, ninguno de los dos se hizo mucho lío con la situación, mientras los acompañantes y otros ingresados tratábamos de aligerar el asunto e intentar que fuera menos bochornoso para estas personas de avanzada edad.
La tía incluso se sumó al chistoseo sobre todos los procesos fisiológicos (realizados en público con pasmosa naturalidad), y se ganó un gran cariño de la gente por su estoicismo ante el dolor y la filosófica aceptación de la pérdida. Luego, ya en mi casa habanera, decía: “Ay, mija, ¿qué podía hacer? Bastante difícil era para los demás…”.
Si es mi madre, pensaba yo, ahí mismo tengo que llevármela para el río cercano con todo y peligro para la vida, y si es Jorge hay que amarrarlo a la cama para que no se encierre en el baño a cal y canto e impida a los demás usarlo hasta que le den el alta. Incluso yo no pude asumir tan impudoroso trance con ese espíritu tan zen, la verdad…
El humor nos salvó a todos de esa incómoda sensación de vergüenza ajena. Cuando el más joven de los pacientes confesó que en su vida había visto tantas veces un producto new packet, la doña anunció la decisión de subastarlo, ya que tanta atención generaba a esta altura del juego.
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Hubo más, bueno y malo, en esta experiencia. Al final, me quedo con la lección: ¿Tendremos de verdad interiorizado lo que significa el envejecimiento poblacional, y cómo manejarlo al amparo de las leyes sanitarias, las del cuidado y el principal valor constitucional, que es la dignidad? Me da un pelín de miedo que la igualdad de género se malinterprete y derivemos en estas infortunadas (a mi ver) mezcolanzas.
Y sí, hay más para debatir sobre el cuidado público y privado de la tercera y cuarta edad, sus derechos y valores, pero me voy corriendo porque la doña se quitó sin querer el gorrito improvisado sobre el “moñoñongo”, como ella misma lo bautizó.
¿Alguien sabe dónde venden ligueros? La idea de usarlos tiene de lo más entusiasmada a esta virginal guajira mudada para Regla al calor de la novedad. Al menos ya sé de dónde le viene a Jorge su aguzado sentido del humor.
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