Primer vistazo: El Conquistador no la pasó bien aquí
Un clásico puso en boca de cierto personaje aquellas palabras que iban a convertirse en frase hecha y supercitada: “Los muertos que vos matáis, gozan de buena salud”.
Pero, en el caso del cual trata esta croniquilla, ni tras el viaje que no tiene regreso tuvo descanso el finado.
Dígase que Diego Velázquez de Cuellar, Conquistador de Cuba, no anduvo con muy buena fortuna por estas tierras.
Lo más fácil fue arrasar con nuestros indiecitos, pero tuvo que soportar las perretas de la gavilla de delincuentes que lo acompañaban.
Se casó con una jovencita, quien moriría a una semana de la boda.
Cortés se la dejó en la uña, con la conquista de México.
Y, después de muerto, aquí lo enjuiciaron, y recibió condena por corrupto.
¿Justicia divina? No lo sé, pues yo soy ateo. Pero parece como si le hubiesen pasado la cuenta por su historial genocida.
Segundo vistazo: A Pata de Palo no le gustaba el chocolate.
Con la llegada de los europeos a América, muchísimos productos, hasta entonces para ellos desconocidos, comenzarían a invadir el Viejo Mundo.
Desde el tomate jugoso hasta la papa, que iba a matarle el hambre a Europa. Desde el maíz nutritivo hasta el tabaco aromoso.
Claro está: la introducción de los nuevos productos no fue instantánea, sino muy sutil y gradual.
Dicho esto, sépase que cuando transcurría el año 1630, Cornelius Holl, corsario holandés que la posteridad iba a recordar como Pata de Palo, merodeaba por las costas occidentales de Cuba.
Entonces, logra capturar una nave española cargada de cacao. Pero la deja libre, pues aún los holandeses no habían aprendido a tomar chocolate.
Él se lo perdió. Sí, esa bebida, hasta superior al fragante ron.
Tercer vistazo: Quintero, un cubano de vida novelesca
Personajes hay cuyas biografías, más que estrictas descripciones de una vida, semejan relatos de aventuras.
Tal es el caso de José Agustín Quintero y Woodville, habanero que vino al mundo en cuna de oro, cuando transcurría 1829.
Estudió derecho en la Universidad de Harvard, donde trabó amistad con figuras como Longfellow y Emerson. Publicó poesías, dirigió periódicos estadounidenses, y escribió teatro, a cuatro manos, con Zenea.
Hasta aquí, la biografía de un hombre de gabinete, de un “intelectual puro”.
Pero sépase que Quintero se evadió de una cárcel en Cuba, con lo cual logró burlar una condena a muerte, combatió en la Guerra Civil norteamericana, y también iba a batirse junto a las tropas de Benito Juárez.
A no dudar, este personaje parece extraído de una obra de ficción.
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