Si este humilde gacetillero va a hablar con transparente sinceridad, debe decir que Salvador Felipe Jacinto Dalí i Domènech (1904-1989) es un personaje que no le cae ni regular.
A más no poder pendiente de lo monetario, narcisista a matarse, un psicópata que siempre vivía interesado en atraer sobre sí la atención pública. (Por cualquier medio, incluida su declaración donde, refiriéndose a su madre muerta, decía: “En ocasiones, escupo en su retrato para entretenerme”).
Estaba siempre presto a diseñar una frase, altisonante, que llamara la atención: “La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco”.
Su ansia de dinero hizo que Breton le acuñase el anagrama peyorativo Avida Dollars. El artista catalán grabó un anuncio televisivo para la marca de chocolate Lanvin y diseñó el logo de Chupa Chups. (Sospecho que eso es, sencillamente, no respetarse).
Si el amable lector me permite la cruda manera de calificar, debo decir que Dalí, en ese campo de tembladeras que es la política, se comportó como un asco. Jamás condenó al nazifascismo, a diferencia de muchos de sus compañeros en el arte. (Recordar, como ejemplo aplastante, el cuadro Guernica). Vivió muy cómodamente en la sangrienta España franquista, mientras tantos de sus compatriotas artistas deglutían el amarguísimo pan del exilio. Siempre mala persona con sus compañeros, se le atribuye la frase: “Picasso es comunista. Yo tampoco”.
No hay un perdón en lo que de inmediato declararé (y… ¿quién soy yo para andar perdonando a la gente?). Pero, junto a aquel desastre ético se movía un genio avasallador, que se movió en la pintura, el dibujo, el diseño, la escultura, la fotografía, la literatura, los quehaceres del cineasta. Cualquier alma con un mínimo de sensibilidad de seguro va a estremecerse cuando se asome al cuadro Persistencia de la memoria, más conocido como “el de los relojes derretidos”, un auténtico cántico de cómo el tiempo gravita sobre nosotros, infelices mortales.
Por último —y a modo de cierre— un detalle poco divulgado. Dalí estuvo en Cuba, cuando transcurría 1951.
Aquí dibujó un autorretrato, que acompaña a esta croniquilla.
Con su habitual irrespetuosidad, escribió en el margen inferior de la obra:
“Los españoles somos en el mundo los que poseemos más personalidad, vale muy bien la pena de que la personalidad nos haga a veces sufrir”.
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