Comadres y compadres: en esta ínfima croniquilla, hoy regresamos a los siempre risueños parajes del habla popular cubana.
Dígase que, entre nosotros, es abundantísima la jerga gastronómica.
De entrada, a la comida se le designa de muy numerosas maneras, incluyendo voces de ascendencia africana, como iriampo, o botúa.
También, transitando de lo particular a lo general, a los alimentos --sean los que fuesen-- los nombramos los frijoles o la papa.
Decimos que come caliente quien lo hace de modo adecuado, sin necesidad de llegar a ser lo que despectivamente denominamos como un comencubo, que es el colmo del gandío.
La primera palabra que adoptamos para nuestra jerga de la cocina, fue casabe, el pan de yuca que preparaban nuestros masacrados indiecitos.
Después… bueno, después vendrían desde chatino hasta la ensiamada, desde el congrí hasta el cucurucho de Baracoa, desde la gandinga hasta la raspadura, desde la prángana hasta las torticas de Morón, pasando por el divino, celestial, irrepetible ajiaco que es, según el periodista y narrador Miguel de Marcos, “una de las siete maravillas del Universo, uno de los siete sabios de Grecia”.
(Y alguien dijo que quien más exitosamente se había esforzado a favor de la amistad entre cubanos e hispanos fue el genial chef de cocina al cual se le ocurrió zumbar un chorizo dentro de un ajiaco).
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