Ernest Miller Hemingway fue --¿quién puede dudarlo?-- cercanísimo a Cuba.
Aquí… bueno, aquí le sucedió buena porción de lo relevante en su ajetreada vida.
Él mismo declaró que uno tiene su casa donde están sus libros, y los suyos aún reposan en Finca Vigía, suburbio habanero.
Aquí se enamoró de la Gulf Stream, la Corriente del Golfo que baña con ternura a la Isla.
Aquí, en el yate Pilar, montó su guerra personal contra los submarinos nazis.
Aquí creó, por cuenta propia, un aparato de contraespionaje para combatir a los agentes de El Eje.
Aquí, según confesó, aprendió a ser conspirador, en lucha contra el tirano Trujillo.
Aquí hasta creó un trago, el Papa, un daiquirí con doble dosis de ron y sin azúcar.
Aquí donó su medalla del Premio Nobel para Cachita, la Patrona Nacional.
Y aquí, por último, aquí se casó con la mujer de su vida, con Mary Welsh, de quien dijo que era su gatica, su ley y su religión.
Entonces… ¿cómo iba a estar alejado de lo que habla el cubano?
No, no lo estuvo, y, para quien pida una prueba, ahí está ese pasaje de El viejo y el mar, donde, narrando los infortunios de Santiago, el anciano pescador de Cojímar, nos dice, y cito: “El viejo está definitivamente sala´o, que es la peor forma de la mala suerte”.
En el texto inglés, sala´o aparece así mismo, tal como nosotros lo pronunciamos.
Y, para ponerle la tapa al pomo, recuérdese que en el transcurso de una entrevista confesó: “Yo soy un cubano sato”.
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