“¡Murió como Cafunga!” constituye una exclamación escuchadísima en Cuba, cuando alguien sufre un descalabro o desemboca en un desenlace fulminante, pero… ¿quién es ese personaje que, desde hace muchas décadas, lo encontramos en boca de nuestros coterráneos?
Pues dígase que Cafunga, hombre humilde, jamás sospechó que sería eternizado en la posteridad. Era un negro criollo, desmochador de palmas, quien en el siglo XIX vivía allá por la cintura de la cubana Isla.
Fue alrededor de 1850, cuando, un mal día, frente a la finca El Espino, en Alicante, Sancti Spíritus, estaba Cafunga ejerciendo su alta magistratura, pues altitud era lo que se sobraba en su desempeño.
Tras desmochar varias palmas, subió a una de las que nombramos reales. Muy para su desventura, se reventó uno de los anillos que sujetan los muslos en las llamadas trepaderas. Desde lo alto, Cafunga cayó de cabeza sobre el suelo.
El cadáver fue trasladado a la ciudad de Sancti Spíritus, en cuyo cementerio recibió sepultura, una vez ejecutada la autopsia.
Los datos los proporciona Don Fernando Ortiz, solo aclarando su carácter anónimo, sin especificar fuente alguna.
De todas maneras, cada vez que un cubano observa que alguien concluye de modo tremendamente adverso, suele proferir: “¡Murió como Cafunga!”.
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