Humpty Dumpty le dijo a Alicia, la peregrina en el País de las Maravillas: “Cuando yo uso una palabra, ésta quiere decir lo que me dé la gana, ni más, ni menos”.
Y los cubanos podríamos hacer nuestra la anterior afirmación. Aquí, junto al español (de los mejor hablados dentro o fuera de la Península), florece paralelamente una riquísima lengua popular, dotada de completa autonomía de vuelo.
Por ejemplo, cuando un cubano dice que tiene que ver a alguien tinto en sangre, es muy probable que no albergue en lo absoluto intenciones homicidas hacia el susodicho, sino que, sencillamente, exprese que debe verlo de todas maneras, contra viento y marea, como dirían los castizos.
Así, el gas no será un fluido aeriforme, sino el líquido combustible queroseno, que en otras regiones de la nación puede llamarse luz brillante o aceite de carbón.
Nereida no corresponde a una ninfa de las aguas, ni a un nombre propio femenino, sino que constituye adverbio rotundo de negación: “¿Que te preste cinco pesos? ¡Nereida!”.
En Cuba resultaría ridículo hablar de “un ron de pésima calidad”. Eso, en buen cubiche, se llama chispa ‘e tren o hueso ‘e tigre.
Puesto que el majá (inofensiva boa del campo cubano) tras desayunarse un pollo o un roedor, se enrosca plácidamente a hacer la digestión, majá se le llama aquí al individuo poco laborioso.
Del impertinente que siempre quiere estar a nuestro lado con sus majaderías, decimos que es un chicle, pues se pega como la goma de mascar.
Dígase, por último, que bajaichupa es una blusa, prenda femenina muy escotada, sin tirantes, que en inglés llaman top. (Y a usted, pícaro amigo de Cubahora, de seguro no tendré que explicarle cómo surgió el nombrecito).
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