Según La Biblia, el pescador Santiago, junto con su hermano Juan, fue enrolado por Jesucristo durante la terrenal actuación misionera de éste.
Afirma la tradición que Santiago, quien formó parte de la docena de apóstoles, predicó en España, en remota época en que España aún no lo era.
Después, vendrían casi ocho siglos de combate a brazo partido contra la morería, la llamada Reconquista. Entonces las huestes cristianas afirmaban que el apóstol avanzaba, armado hasta los dientes, a la cabeza de la tropa. Y cargaban contra el enemigo musulmán con el grito de “¡Santiago, y cierra España!”.
No ha de extrañarnos, por lo tanto, que en el medio mundo donde se estableció el Imperio Hispánico proliferasen las ciudades con el nombre del apóstol-pescador. Esto provocó que tuvieran que diversificarse los gentilicios, o sea, las palabras que indican pertenencia geográfica.
En Galicia está Santiago de Compostela, que fue, junto con Roma, el lugar preferido para el peregrinaje. A los allí nacidos se les nombra “santiagueses”.
Santiago se llama también la capital chilena, y le corresponde el gentilicio “santiaguino”.
Pero en Cuba el asunto se complicó. Sí, porque aquí tenemos a Santiago de Cuba, segunda ciudad de la nación, y a Santiago de las Vegas, suburbio de La Habana. Mas no se pusieron de acuerdo, y, cada uno por su lado, reclama ser “santiaguero”.
Un chisme para concluir: los santiagueros --ni los orientales ni los occidentales-- no fueron tenidos en cuenta por la edición electrónica del Diccionario Larousse. Es lo sabido: para la cultura europea, a menudo ni existimos.
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