I
El diplomático inglés John Montagu, quien andaba por este mundo de los vivos hace más de dos centurias, sin proponérselo dejó en la gastronomía una huella que persiste hasta nuestro siglo XXI.
Dígase que el buen Johnny era un loco de remate al tapete verde, un ser arrebatadísimo por el juego. De manera que mucho le molestaba abandonar la timba, aunque sólo fuese por unos instantes, para alimentarse. Hasta el día en que se le encendió el proverbial bombillo, y ordenó que le trajesen su comida entre dos rodajas de pan.
Ah, olvidaba decirles que el título nobiliario del susodicho era conde de Sandwich.
II
Abundaron en Cuba los judíos, procedentes de Europa Oriental, que se dedicaban al comercio. Un ejemplo evidente lo constituía la habanera calle Muralla.
De manera que la palabra polaco vino a significar “judío comerciante”.
Pero ahí no concluyó el asunto, porque finalmente se llamaba de ese modo a todo comerciante blanco de nacionalidad no reconocible polaco podía ser también un sirio o un libanés.
III
Dice gente bien enterada que la palabra telefónica tiene hasta gravísimos peligros.
En efecto, aseguran que existe una relación matemática inversa entre el cociente de inteligencia y la duración de la llamada promedio de un individuo.
O sea, que cuanto más nos eternicemos ante el teléfono, menores serán nuestros puntos en el cociente.
Ya di la voz de alarma. ¡Pongámonos en guardia, y colguemos con premura el aparato!
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