Los topónimos –nombres geográficos-- ocupan lugar privilegiado en nuestra habla.
Sujetos hubo durante siglos, generación tras generación, que dejaron sus improntas en el mapa, como clavadas con alfileres.
Ahí tiene usted a María la Gorda, obesa y complaciente, regenteando su establecimiento costero, donde se ejerce la antiquísima profesión, para beneficio de piratas que, tras larga soledad marítima, claman por desfogue.
O el buenazo de Reyes, tabernero solícito, pronto a brindar tragos y tentempiés a los viajeros en aquel nudo ferroviario. Allí, donde se enlazan los caminos de hierro, va a surgir un pueblo: Unión de Reyes.
La Zoila, La Virginia, La Teresa, La Matilda, La Teodora, fueron hembras bien singularizadas, como lo prueba la presencia del artículo determinado. Por su parte, Vieja Linda y Pepe el Hermoso prestaron gustosamente sus nombres a sendos barrios habaneros.
A menudo el topónimo no invoca a un nombre propio, sino a alguna cualidad. ¿Hace falta devanarse mucho los sesos para adivinar cómo eran los padres fundadores de Borrachos, allá frente a la costa caribeña? (Le son etílicamente afines los topónimos Ginebra --comarca holguinera-- y Aguardiente --caserío de Los Canarreos. El punto sudoriental Daiquirí, que se manda un sol de justicia, no podía menos que prestar su nombre para llamar a un trago refrescante, mundialmente famoso y preferido por Hemingway, quien le suprimió el azúcar y le duplicó el contenido “combustible”).
Lugares hay donde se rastrea la presencia de antiguos perdonavidas: Loma de los Guapos, Cayo Negro Malo… (El tema de la “guapería” es una constante en el mapa. Existe El Sopapo en varias provincias (La Habana, Cienfuegos y Santiago de Cuba). Claro, el antídoto se puede encontrar en la desembocadura del Cauto: Amansaguapo).
Por tierras pinareñas dos hembras de muy buen ver nos legaron La Deseada y La Apetecida. Otra fémina, también en el occidente –ésta de anatomía impresentable-- dejó su huella: La Barrigona.
“Lo improsulto” –versión cubana del non plus ultra--, se da en cierto pueblecito matancero. La simple pregunta “¿De dónde es usted?” hace sonrojar a los allí nacidos. Porque no es fácil contestar: “Yo soy de Los Ladrones”.
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