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sábado, 23 de noviembre de 2024

Así hablamos (LXVII)

Según el criterio de los colonialistas, nuestros indios ni siquiera sabían hablar. Pero, con el tiempo, llegó la revancha. El turno del ofendido...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 19/10/2019
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Hablando en Cubiche
Mi gente tiene una lengua… (Alfredo Lorenzo Martirena Hernández / Cubahora)

En cuanto a menospreciar a congéneres de la especie humana, dígase que lo mamó en el mismísimo pecho materno de Suzanna Fontanarossa.

De niño vio, en el mercado esclavista de su Génova natal, cómo un ruso podía enorgullecerse de valer nada menos que cinco bueyes. (Un búlgaro se cotizaba sólo a cuatro).   Es decir, una magistral lección práctica de lo que Aristóteles plantea en su Política: hay quienes nacen para mandar, y quienes nacen para ser esclavos.

Entonces no ha de extrañarnos que al marino ligur aquellos seres con pelo como cerda de caballo –tan tontos que se hieren accidentalmente con las espadas--  le hayan parecido homúnculos, anteproyectos de hombres. Ni creencias trascendentes les concede: “Me pareció que ninguna secta tenían”.

Pero ahora viene lo mejor. En su Diario el Gran Almirante de la Mar Océana presupone que los indoamericanos… ¡no saben hablar! Claro, si ni siquiera entienden al judío converso Luis de Torres, versado en árabe, hebraico y hasta en caldeo.  Y Colón deja constancia de un edificante proyecto: llevar media docena de aquellos subhombres a la Península, para que aprendan a “falar”.

Entonces, ¿se inaugura en estas tierras el topónimo –nombre geográfico--  tras el arribo de una nao y dos carabelas? No hay tal. Milenios antes de que –según la tradición cristiana--  naciese un niñito hijo putativo del carpintero José, ya en Cuba se hablaba, por la elemental razón de que en tan remota época ya existían aquí seres humanos. 

No hay que abusar de la imaginación para verlos confiriendo nombre propio a un paraje, de tierra suelta, ideal para un conuco, o a aquella ensenada donde tanta pesca se captura con el guaicán.

Pero “El Descubridor”, erre con erre, anda desparramando topónimos a diestra y siniestra. Total, sólo para ganarse el ridículo y el olvido. Así Bariay, punto inaugural, hoy conserva el mismo nombre aborigen.  Puerto Grande no es tal, sino que responde al indocubanismo Guantánamo.  Nadie en Cuba conoce al Río de Mares, pero sí a Gibara.

La guataquería –entiéndase adulación—no estuvo fuera de esta danza. Así pretenden, infructuosamente, cambiar Cuba por Juana (Juan, hijo de los Reyes Católicos) y por Fernandina (Fernando de Aragón, el pillo en el cual se inspiró Maquiavelo para diseñar a su príncipe inescrupuloso).

Como es bien sabido, a los indocubanos se les exterminó con saña digna de que ya se hubiese inventado la palabra genocidio.

Pero les llegó el turno del ofendido. Hoy el país y su capital se designan con nombres que vinieron de su lengua cantarina, Guantánamo se denomina a una provincia. Banes –cacicazgo Baní—es reconocido internacionalmente como la capital arqueológica del Caribe. Ahí está Ariguanabo, poético “río del palmar”. No faltará ni siquiera Mabuya, dios taíno del mal. Y así hasta el infinito.

Fue el pataleo del ahorcado. Mínima y póstuma revancha. Pero revancha al fin.


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


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