PRIMER VISTAZO: LO DE SICOTUDO TIENE HISTORIA
En 1542, Carlos V declara abolido el sistema de encomiendas.
Vaya ocurrencia, pues entonces aquí había desaparecido más del noventa y nueve por ciento de la población aborigen, según cálculo de los historiadores Loyola y Torres-Cuevas.
¿Razones de tal extinción? Pues, claro, el inmisericorde látigo del encomendero, y las enfermedades europeas, contra las cuales los indocubanos no tenían anticuerpos.
Ah, pero dígase también que existió una orden del rey que les prohibía a los aborígenes bañarse con tanta frecuencia. Ellos, nuestros indiecitos, tan dados a esa higiene que los cubanos heredamos.
Claro, entonces uno se explica por qué siglos más tarde, en las jocosas décimas que se oían en los campamentos mambises, llamaran sicotudos a los soldados de la Metrópoli.
SEGUNDO VISTAZO: EL XVI: UN SIGLO DE RELAJO EN CUBA
En esta segunda postal seguimos al historiador Ramiro Guerra, quien nos recuerda que el contrabando era ejercido hasta por las mismísimas autoridades.
En hatos y corrales se vivía en estado casi salvaje, pero desde la época del gobernador Cabrera, cuando el tabaco empezó a producir dinero, los pudientes vivieron con lujo en las ciudades.
Agrega el investigador batabanoense que la ignorancia era general y las costumbres no eran puras.
Los bailes no resultaban decentes, y se jugaba mucho a la baraja y a los dados. El uso de armas era tan común, que hasta los sacerdotes solían llevarlas ocultas debajo de los hábitos.
Los obispos Montiel y Diez Vara trataron de mejorar las costumbres, y fueron enviados al otro mundo… vía arsénico.
TERCER VISTAZO: NOMBRETES PRESIDENCIALES
Ahora vamos hasta la “republiquita”, o hacia la repútica, como la nombró la escritora Renée Méndez Capote.
Sí, hacia tal época movemos nuestras libérrimas coordenadas, para recordar que muchos de los presidentes cubanos fueron retratados por un apodo.
Así, a Estrada Palma, quien no era por el intelecto muy brillante que digamos, lo llamaron “El Bobo de la Punta”.
A García Menocal, “El Mayoral de Chaparra”, por su pasado en ese central azucarero de Oriente, donde se entrenó como enemigo del proletariado.
A José Miguel Gómez, habida cuenta de lo mucho que robaba, “Tiburón”.
A Grau San Martín, debido a su lenguaje deliberadamente confuso, “El Divino Galimatías”.
A Prío, por ser poco generoso con sus socios, “El Manquito”.
Pero fue Batista quien rompió el récord en cuanto a motes: “Beno”, pues en realidad se llamaba Rubén; “El Indio”, por la apariencia étnica; “El Hombre”, pues tenía mal ganada fama de valiente; “El Mulato Lindo de Banes”, aludiendo a su lugar de nacimiento.
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