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sábado, 23 de noviembre de 2024

Tres miradas a Cuba (VI)

El despegue de La Habana, la vajilla que se esfumó y un guatacazo memorable...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 13/06/2015
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Primer vistazo: La Habana despegó en los 1700

Quien tenga la curiosidad de asomarse a los ingenuos mapas de San Cristóbal de La Habana en los dos siglos inaugurales, sólo verá un puñado de bohíos, como aterrorizados, buscando la protección del Castillo de La Fuerza, en tiempos de desmanes piratescos.

Sí, La Habana ostentaba el título de ciudad sólo por capricho del monarca. Pero en el siglo de los años mil setecientos llegaron algunos de los mejorcitos gobernantes que España nos envió, como el Marqués de la Torre o Luis de las Casas.

Gracias a ellos, y de su vocación urbanista, La Habana iba a contar con paseo público, teatro y una plaza de armas decente, con joyas barrocas como los palacios del Capitán General y del Segundo Cabo.. Y supimos cuántos éramos, con el primer censo.

Segundo vistazo: La vajilla que se evaporó

En esta segunda postal nos vamos hasta los días del tiránico mandato de Miguel Tacón Rosique, en el siglo antepasado.

El gobernador regaló al ayuntamiento habanero una vajilla de plata, decorada con el escudo de la ciudad, y con precio calculado en veinte mil pesos.

Cada vez que se transfería el mando de la ciudad, el nuevo alcalde recibía la valiosa vajilla, en acto público y bajo riguroso inventario.

Pero llegó el momento en que España, tras la guerra, se vio obligada a abandonar Cuba.

Entonces el último alcalde colonial habanero, Marqués de San Esteban, realizó escrupulosamente el traspaso, a manos de los ocupantes norteamericanos.

Ah, y desde entonces, ni en los centros espirituales se ha podido tener alguna noticia del destino de la dichosa vajilla.

Sí, se evaporó. Como si, en lugar de haber sido labrada en plata, la hubiesen confeccionado con acetona.

Tercer vistazo: Guataquería frustrada

 Fue el amigo Ibrahim Apud –adalid de la locución cubana--  quien me contó la anécdota que sigue.

Los hechos ocurrieron en el matancero pueblo de Manguito, durante un proceso electoral.

Cierto vecino de la localidad, llamado Juan Gronlier, se había postulado para gobernador de la provincia. Y, como todo el mundo sabe, en el género humano existe una subespecie, los aduladores, que son conocidos como guatacas en la jerga cubana. Pues uno de esos despreciables ejemplares propuso que a Manguito se le cambiase el nombre por el de Juan Gronlier, futuro gobernador y tipo podrido en plata.

Entonces un sabio guajiro dijo que, puesto que Juan Gronlier no había hecho nada por Manguito, y el pueblo sí mucho por él, lo ideal no era que el poblado cambiase el nombre, sino que en lo adelante al político lo llamaran Juan Manguito.


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


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