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sábado, 23 de noviembre de 2024

Tres miradas a Cuba (I)

Conocemos a la San Cristóbal de La Habana de 1840, pues de su estancia aquí dejó acucioso testimonio la cubana condesa de Merlin. Ella nos transmite el retrato de una ciudad estrepitosa...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 11/04/2015
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Primer vistazo: Barcos danzando en la bahía

El huracán de Santa Teresa, en 1768, arrasó a la Cuba occidental.

Increíble: el viento fue capaz de dañar las murallas, cuyos sillares tenían dos varas de espesor.

Se mojó la pólvora, vital en una plaza siempre amenazada. En Batabanó se perdieron miles de arrobas de tabaco almacenado, y el daño fue tremendo en los montes de Jaruco.

Pero, increíblemente, hubo agraciados por el meteoro: cuando la cárcel habanera se derrumbó, algunos presos se fugaron.

Quizás el espectáculo más impresionante de aquel huracán se produjo en el puerto capitalino. Como si la bahía fuese un enorme ring de baile, en ella danzaban macabramente 69 embarcaciones, destrozándose mutuamente.

Segundo vistazo: Un retrato de La Habana

Bien conocemos a la San Cristóbal de La Habana de 1840, pues de su estancia aquí dejó acucioso testimonio la cubana condesa de Merlin.

Ella nos transmite el retrato de una ciudad estrepitosa, donde por todas partes se leen letreros que anuncian azúcar, cacao, vainilla, alcanfor, añil, en medio de las canciones con las cuales los negros esclavos animan su trabajo.

Es La Habana donde un delincuente, tras desasirse de sus captores, grita “¡A iglesia me llamo!”, y entra en alguna, donde la mano de la justicia no podrá tocarlo.

Y dígase que esta postal nos muestra la imagen de mujeres vestidas de blanco, sin sombrero y con flores en el cabello, mientras los hombres van de frac, corbatín, chaleco y pantalón blanco.  

Tercer vistazo: Epifanio dijo no

Cuando transcurrían los años treinta del pasado siglo, quizás el más conocido vecino de Santa María del Puerto Príncipe del Camagüey fuese Epifanio, el pregonero de la ciudad.

Él anunciaba a gritos la ropa interior femenina que vendían en la tienda Tal, o la moralidad del bar Mascual.

Dígase que recibía de los anunciantes, como único pago, una botella de ron, pues Epifanio bebía como un pez.

Un día las autoridades le propusieron un singular anuncio: la llegada a la ciudad del presidente Laredo Brú, marioneta de Batista. Y le dieron DOS botellas de ron.

Epifanio salió a la plaza y gritó: “¡Hoy llega el honorable, intachable, íntegro presidente…”.

Pero bajó la bocina, mientras susurraba: “Caballeros, me da pena. ¡Ni borracho puedo decirlo!”.


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


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