viernes, 20 de septiembre de 2024

San Carlos de La Cabaña… y un refrán

De cómo la negligencia se le pasó la cuenta al poder colonial...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 24/12/2016
2 comentarios
Fuerte San Carlos de La Cabaña
El Fuerte San Carlos de La Cabaña, la mayor instalación militar española en las Américas.

Estimado cibernauta: escuche bien esta palabreja: paremiología.

A primera vista, el término parece palabra obscena, o nombre de enfermedad crónica. Pero no hay tal: la paremiología es, sencillamente, el estudio de los refranes.

Paremiólogo de marca mayor fue Don Miguel de Cervantes Saavedra, quien pone en boca del humilde escudero de El Quijote todos los dicharachos que andaban en labios de las gentes de la época.

En ese cofre de sabiduría popular que es el refranero, abundan las sentencias que advierten sobre la necesidad de estar informado sobre lo que el futuro nos puede deparar. “Hombre prevenido vale por dos”, dice un refrán. Y otro asegura que “Guerra avisada no mata soldado”.

Pero en San Cristóbal de La Habana, hace la bobería de dos siglos y medio, se evidenció que estas sentencias populares podían no tener validez. Sí, porque en el año de gracia 1762 aquí se probó que, gracias a la torpeza de la administración colonial, una guerra avisada sí podía matar soldados. Muchísimos.

UNA ALTURA PELIGROSA

La villa habanera fue, en sus inicios, más andariega que un beduino. Perennemente en movimiento, se ubica inicialmente en la costa sureña. Pero que si pitos, que si flautas… se iba a trasladar hacia lo que se conocería como Pueblo Viejo, en las márgenes del río Casiguaguas, Chorrera o Almendares.  

El último movimiento de  nuestros abuelos nómadas se efectúa hacia la margen occidental del puerto Carenas. Frente a su vista, en el momento fundacional, como una cortina de tierra, piedra y manigua, las alturas que se denominarían de La Cabaña.

Siempre hay gentes más curiosas que otras y algunos de los primeros vecinos se empeñaron en conocer los alrededores de La Habana niña. Un buen día, embarcados en un esquife, cruzaron el espejo, un cuarto de legua cuadrada cubierta por la pequeña y abrigada bahía.

Ya en la orilla oriental, se aventuraron hasta la cima de unas alturas que ceñían, cual un cinturón, aquella ribera.  Quizás entonces alguno de los integrantes del grupo, mejor enterado de cuestiones militares que sus compañeros, se rascó la cabeza con gesto preocupado. Sí, porque desde lo alto se divisaba la naciente villa y la fortaleza a medio construir. El sitio era ideal para someter a la población a lo que en aquellos días llamaban “tiro de caballero”, o sea, el ventajoso que se ejecuta desde las elevaciones.

No sería aquel vecino fundador el único en notar el intranquilizante detalle. El ingeniero militar Antonelli, constructor del Castillo de los Tres Reyes del Morro, advirtió que quien se posesionara de las alturas de La Cabaña sería, de seguro, dueño de la plaza.

Muchos años después un hombre cuya especialidad no eran los trajines militares, pero dotado de más sentido común que las autoridades coloniales, repitió el mismo criterio. Fue el obispo Morell de Santa Cruz.

Es decir: lo amenazante de La Cabaña desguarnecida era “guerra avisada”, alarma a la cual nadie prestó oídos.

Y LLEGARON LOS CASAQUIRROJOS

En el año 1750 desembarca en La Habana, con su cara muy fresca de inocente viajero, el almirante Sir Charles Knowles, en realidad un espía de George III, monarca británico.

Cuando regresa a su patria, Kwoles rinde a la Corona un informe, que aún se conserva. En el mismo el agente dice textualmente que hay unas alturas “con unas canteras, llamadas de Las Cabañas; estas alturas dominan El Morro, la ciudad y el puerto todo; es de recomendar que se tome esta posición tan pronto sea posible, pues no existe otro sitio desde el cual la plaza pueda ser atacada con parecidas ventajas”.

Doce años después de la visita del espía, los atacantes ingleses siguieron su consejo al pie de la letra. Desde las elevaciones de La Cabaña acribillaron a la ciudad, de solo un kilómetro y medio cuadrado, con miles de bombas artilleras. Los cincuenta millares de habaneros que vivían dentro de las murallas, durante dos meses, presenciaron el descenso de aquella pirotecnia agresiva.

El resultado es bien conocido: la ciudad, mal capitaneada por el gobernador Prado Portocarrero –tan inepto como cobarde--, capituló ante el inglés. Y por casi un año la  corona británica se enseñoreó de San Cristóbal.

TRAS EL DESASTRE, CONSTRUIR EL COLOSO

Cuando el pabellón hispano volvió a ondear en La Habana, el poder colonial adoptó el discutible criterio de “poner cerrojo después de ser robado”.

Amargamente comprobado el hecho de que mientras las alturas de La Cabaña estuvieran desguarnecidas el sistema defensivo era inoperante, tomaron las medidas correspondientes. Y eso en grande, por todo lo alto, como Dios y el guerrero Santiago Apóstol mandan.

A partir de 1763, sobre una superficie de 10 hectáreas, durante once años se trabajó en un enorme complejo de cuarteles, barracas, almacenes, casamatas y aljibes, guarnecido por 700 metros de murallas. Una poderosa guarnición podía estar combatiendo durante un tiempo prácticamente infinito, sin necesidad de recibir alimentos, agua o municiones del exterior. Era el Fuerte San Carlos de La Cabaña, la mayor instalación militar española en las Américas, edificado bajo la dirección del ingeniero Silvestre Abarca.

A pesar de la adulación contenida en el nombre con la cual la bautizaron, la fortificación no fue del gusto del reinante Carlos III, cuando se enteró cuánto había costado.

El monarca tomó un anteojo y comenzó a otear el horizonte occidental. “¿Puedo saber qué hace Su Majestad?”, preguntó un asombrado cortesano. Y la regia respuesta fue de las que hacen historia: “Pues trato de ver el fuerte de La Cabaña. Si costó 40 millones… ¡debe ser lo suficientemente grande como para divisarlo desde tierra española!”.


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).

Se han publicado 2 comentarios


Equipo de Cubahora
 27/12/16 9:28

Buen día Eduardo. Le agradecemos su comentario pero no creemos que sea imperdonable en lo absoluto pues cualquiera comete errores, lo imperdonable sería no reconocerlos. Cuando se refiere a "la fortaleza de La Calaña" suponemos que se refiere a la "Fortaleza San Carlos de la Cabaña".
Le comentamos que efectivamente la imagen que acompaña el texto es la del Castillo de los Tres Reyes del Morro.
Procedimos a poner la foto porque aunque el trabajo se centra en la Fortaleza San Carlos, también se hace alusión al Castillo de los Tres Reyes del Morro y a este como parte del Parque Histórico Militar Morro-Cabaña.
Sentimos no haber acompañado la foto con un pie de foto que se ajustara realmente a la imagen. Para rectificar hemos procedido a cambiar la foto en lugar del pie puesto que ciertamente gira en torno al Fuerte San Carlos de La Cabaña.
Esperamos que nuestra respuesta satisfaga sus inquietudes. Le agradecemos su comentario.
Saludos cordiales.

Eduardo Balloqui
 27/12/16 8:33

Craso error!!!  Imperdonable, el articulo gira sobre la fortaleza de La Calaña y la imagen que presentan el del Castllio de los Tres Reyes del Morro. ¿A quien culpar? Mas cuidado, por favor.

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