Nadie sabría decir a ciencia cierta cómo un buen día, sin previo aviso, toda América Latina se vio invadida por los llamados “telones”, allá por los años cuarenta del ya concluido siglo veinte.
Eran adivinanzas que tomaban la forma de piezas teatrales, y lo mismo se escuchaban en Ciudad México o Buenos Aires que en La Habana o Santiago de Cuba.
Parece que los pueblos cuentan con un secreto medio de comunicación a través del cual el intercambio fluye con más rapidez y eficiencia que en cualquier red convencional. Lo cierto es que, en un abrir y cerrar de ojos, panameños, colombianos o cubanos estábamos riendo con los mismos chistes.
Y, en las próximas líneas, recordaremos algunos de aquellos célebres “telones”.
EJEMPLIFICANDO, EN CUANTO A LOS “TELONES”
Con frecuencia, los “telones” estaban sintonizados con algún detalle de la vida de aquellos momentos, lo mismo de la política que de la música.
Véase este ejemplo: Primer acto. Sube el telón y aparece cierta islita, que se encuentra en una importante zona volcánica. Segundo acto. Sube el telón y hallamos la misma islita, donde ahora se escuchan pavorosos ruidos subterráneos. Tercer acto. Sube el telón y, del volcán ubicado en la mencionada isla, comienza a fluir ardiente lava, mientras los lugareños corren en busca de un lugar seguro. ¿Cómo se llama la obra? Pues se nombra “A esconderse, que ahí viene lava pura”. (Claro, todo se basa en el nombre de una pieza musical entonces de moda: “A esconderse que ahí viene la basura”).
UNA MARSELLESA, QUE NO ERA DE FRANCIA
Buena parte de los llamados “telones” no resultan “radiables”. En efecto: con frecuencia su color es tan subido, tan super-subido, que la moral de las ondas hertzianas impide su transmisión. Tomemos pues, como otra muestra, un ejemplo ingenuo.
Primer acto. Sube el telón. Un hombre echa al mar un saco de yeso. Segundo acto. Sube el telón. El mismo hombre echa en el mar cien sacos de yeso. Tercer acto. Sube el telón. El hombre echa ahora al mar mil sacos de yeso. ¿Cómo se llama la obra? Pues… LA-MAR-SE-YESA.
Y si alguien me dice que éste es un clásico “pujo”, yo lo admitiré, pero sépase que muchas generaciones nuestras se carcajearon de lo lindo, por el suelo, aguantándose el abdomen, con chistes de esa clase.
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