viernes, 20 de septiembre de 2024

La Bremer, una mirada amable

Fredrika se lanzó a la floresta cubana con la intrepidez de lo que era, una descendiente de vikingos...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 04/10/2014
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Viajeros iban, viajeros venían. Lo que es peor: algunos de ellos eran cronistas.

Se pasaban cuatro días entre nosotros y después se despachaban –como dice el sermo vulgaris--  en obras saturadas de ignorancia o rebosantes de desprecio. (Por cierto, aún hoy, no constituyen una especie extinta). A veces nos tildaban de indolentes, mientras otros le hacían asquitos a la cornucopia frutal cubana.

Afortunadamente, hay muy respetables excepciones. Como el pintor inglés Walter Goodman (1). O como la heroína de esta croniquilla, autora de un libro singular. (2)

Una dama chiflada

Los guajiros matanceros, en 1851, se tropezaron con una mujer que había llegado del mismísimo cielo. Al menos, tal cosa interpretaron ellos, a resultas de un diálogo de sordos.

Expliquémonos. ¿Qué tiene que ver la lengua sueca con el español? Es más: ¿qué parecido hay entre el sueco y la jerga cubiche, más enrevesada aún que el habla de Castila?

De ahí surgió el equívoco.

La viajera nórdica se extasiaba con las bellezas del valle yumurino. Tropieza con unos monteros que la saludan amablemente, y se detienen, curiosos por su aspecto y su ropaje, para preguntar “de dónde es la señora”.

Ella le dice que es de Suecia. Los monteros la miran desconcertados, pues no conocen lugar alguno que se nombre “Suecia”.

La caminante, señalando al cielo, pretende explicarles que “es un país bajo la estrella del norte”, y entonces creen que ella dice venir de la estrella polar.

Exclaman un “ah”, intercambian miradas cómplices, arrugan la frente y se despiden meneando la cabeza con aire compasivo: están convencidos de que la señora tiene el juicio algo trastornado.

Y ella continúa su camino, como embrujada por un sortilegio.

La protagonista

Esa caminante, protagonista de la anterior anécdota, era nada menos que Fredrika Bremer (1801-1865), pintora y novelista sueca cuya dimensión artística mereció elogios de Longfellow y Emerson. Pionera en la lucha por los derechos de la mujer, fue llamada “la profetisa de la región septentrional”.

Procedente de Nueva Orleans, desembarca la Bremer en Cuba, en el para ella benigno invierno de 1851.

No hace más que bajar a tierra y ya su alma de artista sucumbe alborozada ante la naturaleza de la Isla. Comenta que “esta atmósfera es transparente como el cristal”, y que “el aire es delicioso y quieto como el aliento de un niño dormido”.

Anota que en Cuba “no se le tiene miedo al sol”, pues el aire y la luz entran a raudales por puertas y ventanas abiertas.

Extasiada, recibe de manos del naturalista cubano Felipe Poey una mariposa que remeda las iridiscencias del arco iris.

Pero estaban por llegar las mayores sorpresas, cuando aquella hija de las tierras heladas trabara conocimiento con el campo cubano.

Una sueca aplatanada

Fredrika Bremer se lanzó a la floresta cubana con la intrepidez de lo que era: una descendiente de vikingos. Y obtuvo generosa recompensa por su arrojo.

En primer lugar se encuentra con la ceiba, el más reverenciado árbol del monte cubano, el único que soporta enhiesto a los huracanes. Comenta que el coloso “a nada se puede comparar”, y emocionada presencia su duelo con el jagüey hembra, planta parásita que lo abraza pretendiendo sofocarlo, como hizo la túnica de Deyanira con Heracles.

Ante los zunzunes –diminutos colibríes cubanos--  comenta: “…me parece que no están formados de esencia terrestre”.

Y el campo criollo la sigue encandilando con las flores encendidas de las majaguas, con el porte venerable de las palmeras.

Transita rápidamente por ese camino que llamamos aplatanamiento, es decir, cubanización. Se aficiona al mango, a la papaya, al caimito. Elogia al ñame y a la yuca, aunque todavía la malanga le parece poco apetitosa.

Venid a mí los trabajados y cargados…

En sus andanzas de caminante empedernida, marcha de asombro en asombro. Pero quizás ninguno como su visita a la zona matancera de La Cumbre. Que sea la misma Bremer quien de propia palabra deje testimonio de su alegre perplejidad: “El camino sube entre altas plantas de áloe, semejantes a candelabros. Y cuando se ha llegado a la parte alta de las lomas se ve, a la derecha, el gran mar azul. A la izquierda, encerrado entre montañas, el valle de Yumurí, con sus bellos palmares, como un paraíso de paz.  ¡Oh!, hubiera querido colocar en la cima de La Cumbre a una persona exhausta y amargada de la vida, a alguien que hubiera  mirado los  abismos más sombríos  de la existencia, y  decirle: "¡Mira, todo esto es tuyo!"”.

A no dudar, tuvo para nosotros una mirada amable.

(1) Walter Goodman: La Perlade las Antillas… Consejo Nacional de Cultura. La Habana, 1965.
(2) Fredrika Bremer: Cartas de Cuba. Arte y Literatura. La Habana, 1980.


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


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