Nunca se había presenciado en la Cámara de los Comunes tal enormidad, y jamás se repetiría semejante desatino.
Ante un comité de aquel cuerpo parlamentario británico comparece un raro sujeto, con facha mitad de pícaro y mitad de demente.
Es Robert Jenkins, quien agitando frenéticamente una supuesta oreja, la cual dice haber conservado en whiskey durante siete años, a grito limpio expone su denuncia.
Narra que en 1731, navegando en su inocente barco mercante ―el bergantín Rebecca― frente a la Florida, fue abordado por un guardacostas español cuyo capitán, Julio León Fandiño, lo acusó de contrabandista, lo metió en el cepo y le cortó una oreja, mientras decía: “Ve y dile a tu rey que lo mismo le haré si a lo mismo se atreve”.
Contaron testigos presenciales que la exposición del contrabandista ante el comité constituyó una pieza maestra de alta actuación dramática, que aprovecharon la prensa y la oposición.
Desde hacía años, se enrarecían las relaciones hispano-inglesas, sobre todo a causa de mutuas deslealtades en turbios negocios, incluido el tráfico de esclavos.
Por último, el 15 de junio de 1739, el rey George II declaró formalmente la guerra a España.
Siempre fue lo habitual que las broncas europeas, en buena parte, se ventilaran en este lado del Atlántico. Y en el presente caso, la contienda entre el león hispano y “la pérfida Albión” determinó que surgiese un pueblo inglés nada menos que en la comarca guantanamera.
Una guerra por una oreja
La presencia de Jenkins en la Cámara, siete años después de que supuestamente le rebanaran la oreja, era una maniobra dentro de la campaña belicista montada por la oposición parlamentaria, enemiga del primer ministro Walpol, que culminaría con la que se iba a conocer como la “Guerra de la Oreja de Jenkins”.
Esta contienda, excepcionalmente, fue favorable para los españoles, quienes hicieron maravillas en cuanto a inteligencia militar, hasta el punto de infiltrar agentes hasta en la mismísima corte londinense.
Las operaciones tuvieron lugar en la zona caribeña, y como guerra anfibia sólo sería sobrepasada en el siglo XX, con el desembarco de Normandía.
Y todo esto, insistimos, provocó el surgimiento de un pueblo inglés en Guantánamo.
Que mal le fue a los invasores
En 1741, desembarcan cinco mil ingleses en el litoral guantanamero. (Entre ellos, Lawrence Washington, medio hermano de George, al frente de una tropa de las Trece Colonias).
La poderosa expedición se propone avanzar después, por tierra, sobre Santiago.
En honor a uno de los 19 condados ingleses, llaman Cumberland al poblado que fundan, e increíblemente ese nombre aún aparece, para designar a Guantánamo, en algunos mapas británicos contemporáneos.
Más de mil milicianos acuden desde Bayamo, de Puerto Príncipe, y hasta de Sancti Spíritus. Afirma el investigador Emilio L. Herrera Villa que en tal ocasión actúa como líder guerrillero Marcos Pérez, tatarabuelo de Periquito Pérez, general guantanamero independentista.
De los cinco mil expedicionarios, aún las osamentas de dos mil reposan bajo tierra cubana. Según algunos estudiosos, fueron derrotados por sus enemigos. De acuerdo con otros, por el clima, pues el desembarco fue en julio, época en la cual Guantánamo se gasta unos calores impropios para británicos.
Y, ¿qué fue del heroico Jenkins? Pues dígase que recibió indemnización y terminó viviendo a sus anchas como gobernador de la isla Santa Helena.
Quedó probado, desde entonces, que perder una oreja puede convertirse en un negocio redondo.
yansel
13/3/16 12:29
me gusto muy interesante
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.