La expresión latina cui prodest, que significa “¿a quién aprovecha?” o “¿a quién le es útil?”, es escuchada frecuentemente en boca de los fiscales, y se le considera entre los principios del Derecho Romano.
La frase fue popularizada por Cicerón, en un encendido discurso contra el conspirador Catilina. Y dígase que uno no puede menos que recordar la locución antes citada, cuando se detecta cierto empeño malévolo en andar hurgando en la vida privada de Albert Einstein.
Se ha llegado a la enormidad de acusar al físico, sin evidencias, de no haber sido autor de sus teorías, supuestamente plagiadas a su primera esposa, la matemática serbia Mileva Maric, con quien se unió desde finales del siglo XIX.
UNA CONDENA QUE ARRASTRAN LOS FAMOSOS
Por su popularidad, el caso de Albert Einstein fue único en el mundo científico. Baste con decir que en una ocasión la multitud lo aplaudió a él cuando estaba junto a nada menos que Charles Chaplin. Y, como es sabido, cierta curiosidad enfermiza se cierne sobre la vida íntima de los famosos, sean actores o deportistas, o se desempeñen en la llamada vida pública.
El asunto tuvo su auge cuando en 2003 se exhibió el documental canadiense titulado “La esposa de Einstein”.
Repetidamente el físico ha sido acusado porque lo de padre amantísimo y buen esposo siempre fueron para él asignaturas pendientes. No obstante, esta ansia por hurgar no es sólo morboso fisgoneo. No. Tales maniobras siguen en línea directa a las ejecutadas por un ser retorcido y malévolo, quien a los veintinueve años de edad fue nombrado director del F B I: John Edgar Hoover.
UN MONSTRUO INDERROTABLE
John Edgar Hoover jugó a ser Dios en su país. Él sabía cómo, dónde y a través de quién la hija soltera del congresista Fulano se había sometido a un aborto. O si el político Mengano era homosexual (aunque él mismo tuviese como pareja a su subordinado Clyde Tolson). No en vano estuvo en su cargo hasta la muerte, a lo largo de siete presidentes.
Antisemita, racista, misógino, furioso anticomunista, ultrarreaccionario, escarbó en la vida de todo el mundo: Robert Oppenheimer, los Rosenberg, Pablo Picasso, Ernest Hemingway, Marilyn Monroe, Elvis Presley, John Lennon, los Kennedy.
Entonces, no ha de extrañarnos que Hoover tuviese un expediente de dos mil páginas sobre Einstein, ni que el 13 de febrero de 1950 impartiese la orden de acopiar “toda información que lo desacredite”. Tampoco nos ha de resultar raro que sus sucesores espirituales se empeñen en descalificar al progresista autor de la Teoría de la Relatividad.
Aplíquese al caso la vieja locución latina cui prodest, para preguntarnos a quién aprovecha la cruzada difamatoria.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.