Se cuenta que el alcalde de una remota aldea ibérica recibió, proveniente de un organismo científico capitalino, un telegrama portador de cierta escueta información: “Regístrase sismo con epicentro en esa localidad”.
La respuesta del mandatario local no hizo esperar: “Preso Epicentro y cuatro más. Reitero mi fidelidad al jefe del Estado”.
Como la capacidad para la burrada desconoce fronteras, por acá no hemos estado exentos de tan pernicioso mal. En los años ’30, presidente tuvimos que, en su impaciencia, exigía que sólo le dedicaran “sonetos cortos”, ignorando que todos tienen catorce versos.
Un magnate hubo que, entusiasmado con la iniciativa de traer góndolas para hermosear la Playa de Marianao, sugirió que se les acompañara de “góndolos”, para hacer cría.
El aula ha sido frecuente escenario del dislate garrafal. Eduardo Robreño contaba, casi ahogado por la risa, esta anécdota:
—¿Cuántos son los puntos cardinales? ¿Cómo se nombran?, preguntó la maestra en un examen oral.
— Los puntos cardinales son tres, a saber: norte y sur— fue la respuesta, evidenciando un parejo desconocimiento de la Geografía y del arte de contar.
Se estudiaba la tragedia griega y una buena parte del curso se dedicó a la obra Edipo rey, de Sófocles. Vi con estos ojos, en un examen final, el título de la pieza corrompido hasta tener resonancia de cantante roquero: “Eddy Porrey”.
Quizás los no envidiables laureles en la competencia borrical se los llevó la siguiente perla. Entre los temas estudiados se hallaba la figura de Francisco Arango y Parreño, en su calidad de prominente representante de la sacarocracia cubana. Y un archi-super-recontrabruto, en el examen, al referirse a Arango y Parreño, comenzó diciendo: “Estos dos señores…”.
Héctor Zumbado conocía la anécdota. Y, en la zafra del 70, tumbando caña, con el sol achicharrándole los sesos, el flaco inolvidable improvisó una guarachita que decía: “Arango y Parreño / eran dos señores; / trajeron la caña / los muy mar…”.
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