Los clientes se comunican entre sí, y eso puede ocurrir o no, en dependencia de muchos factores, pero lo que es obligado en toda actividad comercial es la relación entre el que compra y quien vende.
Ese vínculo del comprador con el vendedor adquiere características según el contexto, que ha ido cambiando según las existencias de mercancías, o dicho más exactamente: de acuerdo con la paulatina reducción de productos hasta su desaparición.
En la medida en que es mayor la escasez, el trato al cliente potencial se ha ido volviendo menos humana por parte de los vendedores que quizás inconscientemente consideran el mostrador como una trinchera y no un mueble para colocar las mercancías.
Todavía en los finales de la década de los 60 del siglo pasado se hacía algún comercio, y quienes practicaban el oficio, sobre todo en los barrios, trataban de ser amistosos con sus clientes, y más si los identificaban como vecinos del negocio.
Durante aquellos años, la comunicación giraba en torno a cualquier tema que sirviera para estrechar relaciones, sin descuidar la información sobre las características del producto y hasta los modos de elaboración, y en la charla más trivial se trataba de conocer las opiniones del cliente.
El empleado se esforzaba por dar datos que pudieran facilitar al comprador potencial el acceso al servicio, todo lo contrario a lo que caracteriza una buena parte de los centros dedicados a ofertar productos, lo mismo estatales, privados que ilegales.
Siempre eran puntuales, pero si tenían necesidad de hacer un cambio en horarios de cierre y apertura, trataban de que la mayoría de las personas se enteraran, y cualquier cambio en las maneras habituales de realizar las ventas, las hacían cuando estaban seguros de que eran conocidas por la mayoría.
Actualmente dan la impresión de que al personal del comercio y sus directivos les interesa en primer lugar, crear las condiciones de trabajo para comodidad de los empleados, y después no queda tiempo ni recursos para las facilidades que requieren los clientes.
También parece que al sustituir un procedimiento por otro imaginan las consecuencias a su antojo y no verifican si en la realidad se aplica bien ni tampoco si el efecto es el mejor, pues está por ver cuántas veces han hecho una encuesta o alguien fue a recoger opiniones entre un conglomerado afectado por una medida.
Lo que siempre se ve es que el cliente toma el producto cuya cantidad está regulada con el propósito de que alcance para más, paga y recibe el vuelto si es el caso, sin mediar una palabra, y en no pocas ocasiones, ni siquiera ser mirado.
Y hasta se da el caso del administrador que ofrece una correcta y adecuada explicación, se retira y los que le escucharon también se van, vienen otros que nunca sabrán las nuevas reglas, pues el directivo “cumplió”, nada queda en un cartel, ni el empleado puede estar repitiendo lo mismo durante toda su jornada laboral.
Otra modalidad es que por necesidades de un cambio, acuden a los medios de prensa, generalmente radial, informan la novedad y sin tener en cuenta de que el cliente tiene o no radio, si lo escuchó o no, hasta regañan al que no proceda como establecieron, como si legalmente fuera obligatorio escuchar tales emisiones.
Por suerte, no hay mal que dure tantos años, ni cuerpo que lo resista. ¡Mejoraremos!
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