El impresionante balance realizado por el presidente Rafael Correa, la celebración en Argentina de la “década ganada”, así como los éxitos económicos y sociales de Venezuela, Brasil, Bolivia, Uruguay y otros países latinoamericanos gobernados por la izquierda, evidencian que con mínimos de tensiones y violencia y con las mismas instituciones que durante doscientos años se mostraron ineficaces, se pueden lograr avances trascendentales.
No conozco ningún orden social tan repudiado como el capitalismo europeo del siglo XIX que mereció el calificativo de salvaje no sólo por la violencia conque debutó y por el modo implacable como manejó la economía, sino también por la brutal reacción ante ideas alternativas que como el marxismo, el pensamiento socialdemócrata y las ideas demócratas cristianas, proponían reformar o cambiar aquella realidad.
El extremismo de la burguesía europea y norteamericana ante el movimiento obrero y político que reclamó reformas y reivindicaciones, explica el radicalismo de la respuesta de la izquierda que a partir del triunfo bolchevique en Rusia, asumió que la única posibilidad de progreso para las mayorías estaba asociada al fin del capitalismo y a la construcción del socialismo.
Ese credo se reafirmó ante la actitud de las oligarquías latinoamericanas y el imperialismo norteamericano que persiguieron implacablemente toda oposición y todo intento progresista y popular. Las intervenciones con tropas, la diplomacia de las cañoneras, la eliminación sistemática de los líderes populares y el respaldo a las dictaduras militares, fueron continuidad de la reacción que había dado lugar al Manifiesto Comunista.
Esa intolerancia, que se expresó entre otros episodios en el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán y Sandino, en el derrocamiento de Jacobo Árbenz, en el sostenimiento de las dictaduras de Batista, Trujillo y Duvalier; se exacerbó ante la Revolución Cubana. Las oligarquías y el imperio no toleraron el experimento de Salvador Allende ni los avances en el cono sur, auspiciando el retorno de los dictadores. La respuesta de la izquierda fue otra vez radical promoviéndose la lucha armada que llegó a hacerse presente en todos los países.
Obviamente todo ha cambiado y probablemente no se trata de un efecto coyuntural sino, como afirma el presidente Rafael Correa de una época nueva que avanza por caminos que antes, con otros fines trillaron otras clases. El estado, los parlamentos, las constituciones, las elecciones; también los bancos centrales y los ministerios de economía y finanzas, incluso las inversiones de las transnacionales que ayer sirvieron para la opresión y el clientelismo son hoy instrumentos de transformación revolucionaria.
El presidente Evo Morales lo cuenta mejor que nadie. Pasó más de 12 horas hablando con Fidel Castro a la espera de que le contara como se conseguían las armas y se hacia la guerra revolucionaria mientras, el otrora jefe guerrillero se concentraba en explicar que la batalla es ahora con médicos, maestros e ideas; que los verdaderos enemigos son la pobreza y el atraso y el progreso con inclusión y democracia la mejor victoria. De ahí el líder boliviano concluyó que sus balas serian los votos Allá nos vemos.
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