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lunes, 25 de noviembre de 2024

Los mandamases de la industria de la música (I)

Vale mucho develar la red de relaciones intersubjetivas que ordenan el negocio de la música, ponerle rostro y nombre a los que “cortan el pastel”…

José Ángel Téllez Villalón
en Exclusivo 06/05/2022
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Lucian Grainge-Magnate-Industria-musical
Lucien Grainge, CEO y Chairman de Universal Music Group, se reconoce como el magnate más poderoso de la industria de la música actual (Tomada de Vulture)

¿Por qué está de moda el reguetón? ¿Por qué convoca el trap  a multitudes que no consigue el jazz latino?  ¿Por qué razones premian a Bad Bunny   como el compositor del año  y  ha resultado el intérprete más reproducido en Spotify durante los últimos dos años? 

Ante tales interrogantes, resulta “natural”, que busquemos respuestas solamente  en los objetos y en los medios más triviales, en las “cualidades” intrínsecas del género musical o en el potencial persuasivo de sus famosos intérpretes; como en las lógicas  y tecnologías  de su distribución. Lo habitual es no asociar tal estado de cosas  con la toma de decisiones y,  en definitiva,  con el poder  ejercido por los mandamases de las imperialistas industrias culturales. Lo común es el sesgo y las valoraciones fetichistas.

Como público en general recorrimos  el camino “naturalizado”, la representación hiperrealista o  el simulacro bajo el cual se ocultan buena parte de las redes reales de esta dominación (poder más legitimidad) que equiparamos o confundimos con  el “gusto musical”. Ese entramado que nos hace mantener una relación fetichista con la música de moda y con los “famosos”. Sujeciones subjetivas que nos hacen asignarle a estos objetos mediadores  cualidades que nacen de relaciones sociales más complejas y que abstraemos. Un extrañamiento de la conciencia a partir del cual, nos  subsumimos en ese objeto encantado, “endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas” ( dixi Marx).

Lo reproducimos  una y otra vez al relacionar el poder con estos artefactos, en un nivel de la conciencia en que reina el encantamiento.  Y con la conciencia enmarañada   en esa magia del poder sublime del objeto-mercancía, de la merca-música y los “idolos” de la industria, asumimos  una actitud más pasiva y sumisa. Nos esclavizamos  gustosamente, el cepo adquiere el encanto de la  gozadera. Somos víctimas  y verdugos en un solo cuerpo de consumismos,  a través del poder que nosotros mismos proyectamos en esos objetos; devenidos  instrumentos de una sumisión que ni vemos, ni  responsabilizamos.

Esa es la primera vista, la ingenua. Para un análisis emancipador, para desentrañar cuánto hay de manipulación y control a través de estos recursos, deberíamos rastrear esa “cadena” a través de la cual - como decía  Foucault- circula y funciona el poder.  Vale mucho, completar  todo esta red de relaciones intersubjetivas, más  allá de las que se establece entre  las estrellas musicales  y su público; ponerle rostro y nombre a los magnates  que “cortan el pastel”, a los millonarios que utilizan la música maisntream y a sus famosos intérpretes como “recursos” para una determinada razón estratégica, bajo determinados intereses de clase.

Entonces, quedaría más claro  la asimetría de estas relaciones vinculantes,  y la monstruosa capacidad de estas élites para determinar con sus acciones el comportamiento consumista y acrítico  de millones de jóvenes; para satisfacer sus fines personales e intereses corporativos.

Ellos, como sus antecesores, invierten en la música, como mercancía-fetiche- y determinan sus características como “recursos” de poder, las más idóneas para que sus  posesiones, sus maquinarias de hacer hits y de producir sentidos, se encarnen  en poderes  objetivos y subjetivos.  Su poder se informa en su mayor capacidad de determinar cambio en la distribución de probabilidades de los acontecimientos en el negocio de la música, de alterar los cambios que se suscitaron  en la distribución y en el  consumo de la música, sin que mermara su capacidad de ampliar o de restringir el campo de acción de sus prefabricados dioses   y de sus  millones de adoradores.

No es casual que ese entramado que comprende la industria de la música (los músicos, los productores y grabadores, los editores musicales, los que aseguran y venden los espectáculos en directo, los managers o representantes, los que retransmiten la música, los que gestionan las  plataformas de vídeo en internet o de música en streaming, los periodistas especializados, los realizadores de videoclip, los fabricantes y comercializadores de tecnología, los promotores y especialistas en el mercadeo, entre otros  muchos profesionales), sean los  propietarios de las disqueras, de las empresas de  conciertos en directo y de las plataformas de distribución los de mayores ganancias  y poder. Ellos son los que dictan los más impactantes cambios de los cambios; los que controlan los rizomas más densos del poder.

Sobre todo, los propietarios de las transnacionales  que agencian varias actividades (grabación, producción, management, booking…),  las que son, a la vez, casa productora, editorial de música  y agencia de management. Los máximos exponentes de esta fusión de servicios son las grandes discográficas Universal Music y Sony Music Entertainment, las más poderosas de la industria musical actual.

Con tal concentración de acciones de sujeción y  de cambios, consiguen imponer a los artistas los contratos 360º; con los que  “acuerdan”  el control total de su  carrera, que todo lo que rodee a su vida quede de la mano de ese imperio, y además, que las mayores tajadas de todo el dinero que generen sea para las cuentas de sus propietarios. Para la rapera Bahamadia:   “Cuando firmas en la línea de puntos del contrato  eres literalmente un negocio humano con patas”.

Tales oligarcas se han convertido en las figuras más importantes del negocio de la música, y  como las más empresariales del entramado de esta industria, las que mejores encarnan la racionalidad  neoliberal, con la que  se promueve una “sociedad empresa”, como señaló  Foucault, sometida a la dinámica competitiva. Son los que mueven esos  hilos que  suspenden la conducta empresarial de sus prefabricados “dioses”, como sujetos de mercado  y  capital. Y con tal poder impactan en la  construcción simbólica de la sociedad. Son,  por  tanto, los máximos responsables de los desencuentros entre existencia y corporeidad, de los que se deriva la búsqueda inagotable de la perfección del cuerpo y del selfie, de un deseo compulsivo de lucir como los “famosos”;  de ser monigotes  sin sentirse “cosa”, en tanto - como advertía  Marcuse- son “una cosa bonita, limpia, móvil”.

Los artistas muy poco pueden hacer frente a tanto potencia. Aunque Rihanna odie al product placement  (“Lo odio. Pienso que los videos simplemente deberían contar  una historia”.), no pude evitar que sus videoclips se conviertan “en una gran campaña publicitaria”. En 2014, Taylor Swift decidió boicotear a Spotify  y  retiró sus cinco discos de la plataforma, argumentando que su oferta gratuita estaba devaluando la música;  tres años después tuvo que regresar a este servicio de streaming. Vale apuntar que Rihanna  y Taylor Swift, junto a Beyonce, aparecen en la lista  de  las 100 mujeres más poderosas del mundo, según la revista Forbes.

Ver además: La dictadura de Spotify (o cuando la paja importa más que el trigo)    

Solo la pareja de Jay-Z & Beyonce, han figurado entre  los más poderosos de la industria de la música, que cada año publica la revista musical Billboard. Y aparecen allí como propietarios de Roc Nation, entre otros negocios en la industria.

En la cima de esta Power List, por más de una década, se ha mantenido Lucian Grainge,  CEO y Chairman de la discográfica más  poderosa del Mundo, la Universal Music Group. Le sigue en la más reciente actualización  Rob Stringer CBE Chairman de  Sony Music Group y completan la triada cimera   el CEO de Warner Music Group Stephen Cooper y Max Lousada, CEO de la  Warner Recorded Music.  Dominan como se ve los ejecutivos de las “Tres grandes”.  

Estados Unidos lidera como país el Índice Global de Influencia Musical.  Allí, se radica el mayor número de oficinas centrales de sellos discográficos (24.506) y es el destino más visitado por artistas “reconocidos”, en  el período estudiado (2015 -2019).

Son listas que informan de jerarquías y estructuras de poder que  merecen más profundos análisis y relacionamientos.


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José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural


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