Las violencias surgen desde un adentro de lo social, en donde mismo están las prácticas de dar voz, sonar, escuchar, o silenciar, estructuradas por los poderes, incluido el poder de significar, de sobrevalorar o banalizar. El sonido y la música emana de y penetra los cuerpos. La escucha y la producción de música, sonidos y letras, son competencias corporeizadas que adentran a los sujetos en esa madeja de relaciones sociales estructuradas y que condicionan la posibilidad de agenciamiento del cuerpo y los deseos.
Las letras de las canciones tienen poder y dan sentido a las vivencias de nuestros jóvenes y a cómo las representan. Socializan, desde edades tempranas, determinados patrones lingüísticos que a su vez perpetúan roles y expectativas de género. Esta construcción de lo genérico a través del lenguaje implica establecer categorías o componentes “apropiados” para cada sexo, lo que “le toca” a ellas y lo que “le toca” a los machos.
Como ha reconocido Anajilda Mondaca-Cota, investigadora de la Universidad de Occidente (Sinaloa), el reguetón “refuerzan ciertas conductas”. “Se hipersexualiza, se fomenta el sexismo, hay un lenguaje bastante explicito, sexista que no contribuye en nada para un mejor entendimiento para las relaciones personales". “He visto niños de cuatro años cantando reguetón… claro, el niño repite la canción sin saber lo que está diciendo, pero veo cómo se van reforzando y reproduciendo ese lenguaje sexista, violento, se va normalizando”, concluyó la doctora.
Esta violencia cultural o simbólica da sustento y legitimación al uso de la violencia directa o física. Es una violencia solapada que normaliza y hace tolerable las otras. Una violencia subrepticia que funciona en interés de los machos, como un pegamento que garantiza el control social sobre ellas y que puede llegar a transformar las relaciones de dominación y de sumisión en relaciones placenteras.
- Consulte además: El reparto y la banalización de la violencia machista (I)
El reparto ha sido un género dominado por los hombres. Ellos determinaron sus características, sus discursos y proyección. Lo predominante es la representación de un mundo triunfante de machos-varones-masculinos, con estos siempre en la cima, en un estatus superior. Como en otros géneros urbanos, se representan la masculinidad y la feminidad como ámbitos simbólicos dicotómicos y contrapuestos. Lo masculino se relaciona con el poder, la fuerza y la competitividad, con el tener dinero y ostentar, mientras que lo femenino implica la sensualidad y emocionalidad, la fragilidad o la subordinación, cuando no se etiquetan como interesadas, brujas o diablas.
De tal modo, perece inamovible ese performance violento y competitivo, no solo entre sus exponentes, sino entre los machos y las hembras. Lo mismo sucede con su lenguaje explícito y sexualizado, sin alusiones, ni metáforas. Sus letras son el reflejo de los prejuicios y miradas estereotipadas de sus cultivadores, que proyectan sus experiencias, sus pasiones y sus deseos, también el miedo de que ellas se liberen.
Sus espectáculos y conciertos, como sus videos musicales, reproducen ese ordenamiento imperante, marcadamente patriarcal. Están montados para mostrar una masculinidad hegemónica y a las mujeres como objetos sexuales, para el disfrute y la satisfacción de sus miradas, parte del morbo y el placer. Una relación estereotipada que modeliza subjetividades, las de los dos “bandos”. Lo que impactan en cómo se percibe y significa el mundo, su cotidianidad.
Son presentaciones con un alto nivel de ritualización que suma carga simbólica, que marca y reproduce este ordenar de los cuerpos y de sus relaciones. El hecho de que las 10 primeras no paguen o que se exoneren las que tengan determinados atributos físicos; que aparezcan bailarinas con muy poca ropa y cuerpos apetecibles según al canon predomínate; o que se premien, con dinero muchas veces, a las que mejor se despeloten sobre la tarima, son ejemplos de acciones redundantes y ordenadas en el espacio/tiempo, que construyen determinados sentidos y orientan los comportamientos.
- Consulte además: El reparto y la banalización de la violencia machista (II)
Esta triangulación cosificadora de la mujer (los dos pezones y el clítoris) saca del foco de atención al corazón y al cerebro, su sentimiento y su razón. La forma del cuerpo se coloca en el centro, se sobrevalora al contenedor respecto a la materia y la sustancia. El poder de los machos, el éxito de un famoso, se correlaciona con su capacidad de tener y ostentar una chica modelo, con un cuerpo cotizado en el mercado, según el patrón establecido. Lo que vale son los efectos, no los afectos.
La relación de pareja se reduce a una relación de apropiación del cuerpo del otro, de los atributos del otro cuerpo. De ahí, la preponderancia del marco invasivo, de agarre y amarre, de dominación. Un ordenamiento falocéntrico y de penetración. Un tratamiento serializado y universalizado del deseo que reduce el sentimiento amoroso a una suerte de apropiación del cuerpo del otro, de los atributos hipersexualizados del otro, de su imagen efectista, cotizable en el Mercado.
Una subjetivación del cuerpo imantada por el dualismo cuerpo desnudo/cuerpo vestido que “sujeta” a los sujetos a los efectismo de la piel. Sobre los que se sostiene toda la industria global de la belleza y de la moda, que promueven una feminidad acorde con el deseo masculino.
En el mismo plan de serializar a los consumidores, de producción de consumos al que contribuyen los exponentes del reparto, como sus pares del reguetón más comercial.
Para este fin, la sexualidad que era antes reservada al dominio privado, a las iniciativas individuales, es sacada a la palestra pública. Se verbaliza en el escenario, se escandaliza a todo volumen. Para que todos coreen el mismo esquema de relación de pareja, efectista y corporeizada, movidos por la misma máquina deseante, sincronizada a otras maquinaciones y automatismos de colonización.
En el mismo plan de “culpabilización” que marca a este segmento del mercado como vulgares y desechables. Y que consigue en el caso de las mujeres, a que se sientan culpables de los hechos violentos que los hombres perpetran; porque los provocan por su modo de vestir, de comportarse, o por exponerse al andar solas por las calles, a altas horas de la noche. Es decir, por cumplir el plan de cosificación dictado por los machos, por exhibirse como objetos eróticos.
Planes que son de machos, pero de los machos más poderosos, los de las élites globales del Capitalismo, para la colonización de los cuerpos y los deseos. Planes que impactan cada vez más en nuestros niños y jóvenes.
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